La tarjeta postal de Sócrates a Freud


Gonzalo Martín, 2012 - @Gadabarthes, 2013

El género epistolar puede ayudarnos a entender el pensamiento de Derrida. Éste es una estilización de la práctica habitual de la comunicación (escrita), por la que una persona dirige unas reflexiones a otra(s) concreta(s), que se supone situadas en un lugar definido al que la misiva es remitida. La tarjeta postal añade a esta práctica, a este vector de comunicación, unas cuantas componentes; una de ellas es la condición de apertura, por la que el contenido textual está abierto y expuesto a ser apropiado-interpretado por personas que no estaban previstas (aunque tal vez si sospechadas) en el interín (el estadio vehicular). Además, este texto, a diferencia de la carta convencional, suele estar notablemente desestructurado, consistiendo en pocas y atropelladas frases sin nexos retóricos entre sí, que, además, se mezclan, de ordinario, con las referencias a emisor y receptor, ubicadas en el mismo plano y empáticamente trabadas con el texto. Pero hay algo más, algo que le es inherente y suplementario: el anverso. En el anverso de la tarjeta postal hay un mensaje icónico del que el emisor se hace partícipe, aunque no es de propio cuño, y que se integra en el conjunto significacional del que también es parte el texto garabateado por el autor. Pero ese mensaje icónico precede e introduce aquello que puede entenderse como expresión propia aunque, en realidad, suele tratarse de una reiteración de fórmulas preconcebidas, en gran medida consonantes con el soporte elegido (la tarjeta postal) y con el diseño gráfico de éste.
El uso (¿transgresor?) de la tarjea postal no aporta nada específico al género epistolar -que por otra parte está de algún modo implícito en toda forma narrativa- pero abre un espacio de fuga a las pretensiones de inalterabilidad del acto comunicativo, por el que se cuelan todas las formas literarias, las cuales intentan obviarlo mediante un arsenal de convenciones recopiladas y algebratizadas, como arte o como ciencia, en la retórica.
Estas son, pintiparadas, algunas de las claves del pensamiento derridiano: la apertura de todo texto (en cuanto al destinatario que cabe ser inopinado y en cuanto a las posibilidades ilimitadas de interpretación), la inevitable e indecible intertextualidad que radica en todo proceso enunciativo, la “differance”, en el sentido de aplazamiento y en el sentido de diferenciación, con su bagaje de indecibilidad (que en el término “differance” es representado por la vocal muda, pero significante, y en la postal está disperso en su percepción holística), y también, el carácter de suplemento que caracteriza a la expresión escrita frente a la forma que en la tradición Platónica es considerada primaria, que es la oralidad, esencia del logos, requisito de la presencia vivificadora y avaladora de la "verdad" del mensaje. Desde estas posiciones Derrida dirige un ataque frontal a eso en lo que el pensamiento occidental acaba por revertir toda la producción intelectual y que Derrida denomina logofonocentrismo, es decir contra la metafísica, contra la metafísica de la presencia:
"… en un querer-oírse-hablar absoluto, donde el oírse-hablar (como relación necesariamente inmediata) implica una voz silenciosa que no necesita de nada para ser, denotando así la ilusión de la impresión directa de un pensamiento. El sistema de oírse-hablar sirve de modelo de presencia y revela la solidaridad del logocentrismo, del fonocentrismo y de la metafísica de la presencia"1
El logocentrismo apunta hacia un orden del significado (pensamiento, verdad, razón, lógica, mundo) que es la base del idealismo. La escritura fonética (occidental) ocupa un papel secundario en relación con la voz porque intenta remedarla y esto parece implicar un inevitable proceso de degradación. La noción de verdad que impregna el pensamiento occidental es, de este modo, una consecuencia de la conexión esencial atribuida al logos con la foné.
La demolición de ese apriorismo que identifica logos y foné da paso a un socavamiento mucho más amplio de todo cuanto viene constando como elemento de certeza de nuestra tradición filosófica. Así la "imposibilidad de encontrar originales en su presencia inmediata" es lo que da origen al concepto derridiano de "huella" que es en realidad huella de una huella... de una huella... que lleva a admitir la imposibilidad de dar con el origen (tachadura) y por ende remite a una presencia que no es ya de identidad sino metáfora. Y la tachadura del origen provoca indefectiblemente la del fin, toda pretensión teleológica adolecerá pues de la ambigüedad consubstancial a la concatenación lingüística de conglomerados fraseológicos. Hemos de asumir una condición de polisemia que en Derrida adopta una forma y denominación propias, la de diseminación. La huella desvinculada del origen, del padre, la imposibilidad de recabar un principio de autoridad sobre la significación se erige en relé de un proceso dispersivo. Ese no-retorno al padre deja sin aval a todos los términos que en ella hallan fundamento, quedando el logos desinvestido de la sagrada autoridad con la que había ejercido la tutela del pensamiento occidental. Era llegado el momento de una deconstrucción.
Por eso a Derrida le fascinó el hallazgo de la lámina en la que Platón (con minúscula) parece dictar a Sócrates (con mayúscula) lo que había de escribir, invirtiendo, revolucionando la normal conceptualización de Platón como transmisor y transcriptor de las ideas socráticas. Pero que esa lámina figurase como ilustración de una tarjeta postal puesta a la venta tuvo un efecto revelador, por cuanto su forma de uso podemos presumirla presente en el resto de procesos textuales, y por cuanto de transferencia y contaminación de significados está destinada a incorporar:
"Lo que prefiero de la tarjeta postal es que no se sabe lo que está delante y lo que está detrás, aquí o allá, cerca o lejos, el Platón o el Sócrates, el anverso o el reverso. Tampoco lo que importa más, la imagen o el texto, ni dentro del texto, el mensaje o el texto al pie, o la dirección. Aquí, en mi apocalipsis de tarjeta postal, hay nombres propios, S. y p., arriba de la imagen, y la reversibilidad se desata, se vuelve loca"2
Y esto no es sino la dinámica interna por la que Derrida se ve inmerso en un (¿delirante?) análisis del contenido icónico, que es en realidad una apropiación del análisis que cabría realizar por el supuesto destinatario de la postal, Freud. Nos precipitamos dentro de la lectura-escritura que el fingido remitente (su simulacro) habría debido asumir de esas imágenes desde el pensamiento freudiano del que Derrida se apropia con irónica deriva voluptuosa. Así resultaba inevitable trasladar la relación maestro-alumno al plano lúbrico, convirtiendo la veneración-herencia intelectual en acto carnal que se consuma en una cópula descomunal que acaso no sea sino la expresión de una prodigiosa y tremendamente fructífera (a lo largo de los siglos) inseminación-diseminación por la cual el pensamiento de uno u otro, padres ambos, ambos hijos, se fusiona en un único corpus filosófico que es, no obstante, radicalmente diferente, tal vez complementario, seguramente escindido en una bipolaridad (oposición) sexual: Oralidad-Escritura. La excitación que Sócrates y Platón experimentan desencadena un estado de priapismo que es (aún) inducido en todos cuantos reciben copias (copias de copias… de copias) más o menos fieles, todas igualmente buenas y malas, del momento cognitivo compartido.
La difusión que Derrida dio a este hallazgo permitió añadir complejidad a la textura y a la intertextualidad del corpus de la filosofía griega en su formulación actual, subvirtiendo gran parte de los valores y prelaciones en cuanto a la relación con la verdad eidética: Le es de aplicación la ley de la contaminación de la que habla en Nos-otros griegos:
"... palabras trabajando en frases, escenas de discursos y de escritura, en obras que por esta misma razón no podían cerrarse sobre sí mismas (ni sobre los griegos, ni sobre la filosofía, ni en el libro, ni en un sistema, ni sobre todo en el lenguaje) y que por lo tanto ya habían sido marcadas por la efracción del otro (lo real no discursivo, el no-griego, etcétera). Las "palabras", nada más o nada menos que palabras, de las que, sin poderlo y sin saberlo, estamos investidos antes que "armados" (palabras dadas o asignadas en herencia previamente a cualquier iniciativa de quien las recibe), estas palabras de las que no podía servirme por lo inestables e inapropiables que son, son sobre todo, casi siempre, palabras ( quizá simulacros de palabras) griegas: pharmakon, pharmakos o pharmakeus... "3
Es por esto por lo cual lo completamente otro, heterogéneo, se reapropia mediante inclusión/exclusión, redialectización económica y otros mecanismos, de construción de significados. Para Wolff, distanciándose de Foucault, Deleuze y Derrida, Grecia estaría compuesta para nosotros de textos en los que se pretendía decir lo verdadero, en el sentido en que esa intención puede pasar a formar parte de la envolvente del mensaje y puede ser reasumida a lo largo de su secuencia de relecturas:
No es para asombrarse si estos filósofos se interesan por estos textos de la Grecia antigua. Pero estos textos teóricos están lejos de ser considerados por ellos, Derrida, Deleuze y Foucault, como aquello por lo que se presentan, es decir, precisamente como textos teóricos, portadores de enunciados asertóricos y que, por lo tanto, han de ser leídos, interrogados, discutidos en su verdad, en la verdad a la que aspiran; estos textos, lejos de que dichos filósofos los tomen como los filósofos que los escribieron querían que se los tomara, es decir, como textos verdaderos o enunciadores de verdades, son tomados por ellos como textos a interrogar en cuanto a su sentido, a leer en cuanto a lo que manifiestan a pesar de sí, en cuanto a lo que se manifiesta en ellos a pesar de ellos.4
El pensamiento derridiano incomodó a muchos de los pensadores de su época que asumían sin problemas unos postulados que parecían inexpugnables, cuando en realidad eran inextricables. Pero prendió con relativa facilidad entre los críticos norteamericanos que intentaban ir más allá de la mera interpretación de textos y propugnaban una perspectiva interdisciplinar.
Más que una aproximación de la crítica literaria a la filosofía, lo que pretendían era una apertura de la filosofía hacia los modos de la retórica en los que los textos filosóficos vienen arropados. Los límites entre la poética, la crítica literaria y la filosofía empezaban a resquebrajarse y de este modo los recursos estilísticos de los pensadores europeos podían conciliadoramente ser incorporados al pensamiento anglosajón, refractario por lo demás, sin necesidad de asumir sus principios argumentales. Gracias a esto era posible emparejar a Wordsworth con Hegel, a Marx con Víctor Hugo o a Kant con Henry James, Nietzsche y Freud, demostrando la intertextualidad ilimitada de las redes de significados y la imposibilidad radical de separar la literatura del resto de formas discursivas.5 Tal vez por ello la crítica literaria norteamericana ha dado un impulso determinante al pensamiento de Derrida.
En La Farmacia de Platón Derrida hace una lectura del Fedro tal que pone de manifiesto que los esfuerzos por establecer una distinción estricta entre filosofía y mitología resultan inconsistentes por su propia naturaleza lógica y retórica.
Tal vez por ello en primer lugar Derrida se propone dejar en evidencia la pretenciosidad del estructuralismo que creía haber descubierto las leyes que rigen la producción de los mitos. Muy al contrario, para Derrida los textos no solamente detraen su lógica interna a los intentos de sistematización, sino que mantienen una absoluta y esencial irreductibilidad lógica.
Derrida, al igual que Roland Barthes, conciben la lectura como una escritura o reescritura. El lector no se limita a procesar unas palabras sino que construye mediante asociaciones con otras palabras, con otros textos y con otros hechos y experiencias, un texto propio. No es que Derrida identifique la lectura con la escritura, sino que nos lleva a reflexionar sobre la manera en la que la lectura reescribe, o sobreescribe el texto.
Derrida no explicita su pensamiento sino que mediante juegos en los que abundan las metáforas, que pueden resultar incluso contradictorias, nos hace recorrer flujos de pensamiento que inducen en nosotros una comprensión endógena, sin renunciar al rigor y a la lógica, solo que desligándolos del empaque argumental de la retórica, que es más ilusorio que congruente.
“Arriesgarse a no-querer-decir-nada es entrar en el juego, y, en primer lugar, en el juego de la différance, que hace que ninguna palabra, ningún concepto, ningún enunciado mayor vengan a resumir y a ordenar, desde la presencia teológica de un centro, el movimiento y el espaciamiento textual de las diferencias.”6

Derrida nos incita y transporta en el tándem socrático-platónico, a la distinción entre logos y graphé, enredándonos al cabo en la organalidad autorreferencial de todo sistema textual, en virtud de la cual lo escrito y lo oral se inducen y reducen mutuamente; como Platón y Sócrates cuando se dan a la práctica de un juego de suplantación recíproca en la tarjeta postal que el clérigo Mathew Paris compusiera allá por el siglo XIII, sugiriendo una alteración de la cronología que redefine todo el proceso de emisión-transmisión intelectual. Derrida arroja el concepto de archiescritura y entonces podemos intuir que toda lectura reescribe algo que a su vez lleva implícitas infinidad de iteraciones del mismo proceder, que son lo que constituye el modo de vida recurrencial del logos aferrado a la graphé.
Participamos de una textualidad que todo lo invade, donde todo se hace discurso y donde todo es punto de partida y de destino del juego de significados con el que recubrimos la realidad para someterla a una voluntad racionalizadora; voluntad que resulta siempre frustrada porque en su poderoso sueño vector no recala aquel significado trascendental que debería dar cuenta de todo aquello que se ha erigido sobre una base que no es posible hallar asentada en algo perceptible.
Sólo unidades de simulacro calman el ansia de expresión pero a su vez desmantelan el campo textual que la filosofía ha intentado describir en un estado de equilibrio, hallándose siempre el texto en una recreación que se sitúa al mismo nivel que cualquier otra lectura y que cualquier deriva a la que pueda haberse llegado partiendo de una base común de mitemas que, si se rebusca, afloran.
Sólo el recurso al "mito" permitirá evaluar a los pretendientes en función de sus grados de participación electiva en lo imparticipable que da igualmente a cada uno algo para participar. Se trata del proto-relato de la fundación que señala a la Idea como fundamento apto para hacer la diferencia en el momento en que la dialéctica descubre en el mito su verdadera unidad.7
El platonismo se fundamenta en un intento de eludir el simulacro, como forma de llegar a lo idéntico, aunque entre ambas clases de imágenes lo que existe es una relación de fuerzas no una diferencia esencial.
El texto nace, en un mismo salto filosófico y literario, en el punto preciso en que la escritura excede a la interpretación metafísica de la mimesis. "La estructura es una escritura". Esta es la conclusión de Derrida.

BIBLIOGRAFÍA

  • Alliez, É.: "Ontología y logografía. La farmacia, Platón y el simulacro"
  • Derrida, J.: “Cierta posibilidad imposible de decir el acontecimiento”, en AA.VV.:
  • Derrida, J.: De la Gramatología
  • Derrida, J.: “Envíos”, en  La tarjeta postal. De Freud a Lacan y más allá. Trad. de T. Segovia. México, Siglo XXI, 2001, 2ª ed. aumentada.
  • Derrida, J.: Khôra. Buenos Aires/Madrid, Amorortu, 2011.
  • Derrida, J.: La Escritura y la Diferencia
  • Derrida, J.: “La farmacia de Platón”, en La diseminación. Trad. de J. Martín. Madrid, Fundamentos, 1997, 7ª ed.
  • Derrida, J. - La tarjeta postal de Sócrates a Freud y más allá. Edición electrónica de www.philosophia.cl/ Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.
  • Derrida, J.: “Nos-otros griegos", en Cassin, B. (ed.): Nuestros griegos y sus modernos. Trad. de I. Agoff. Buenos Aires, Manantial, 1994.
  • Derrida, J. ¡Palabra! Instantáneas filosóficas. Trad. de C. de Peretti y P. Vidarte. Madrid, Trotta, 2001.
  • Derrida, J. Posiciones. Trad. de M. Arranz. Valencia, Pretextos, 1977. Madrid, Editora Nacional, 2002 - http:www.jacquesderrida.com.ar
  • Lamorgia, O. Entre logos y graphé... La inscritura
  • Peñalver, P.: La desconstrucción. Escritura y filosofía. Barcelona, Montesinos, 1990.
  • Peretti, C.: Jacques Derrida: Texto y deconstrucción. Barcelona, Anthropos, 1989.
  • Platón: Fedro. Madrid, Gredos.
  • Platón: Timeo. Madrid, Gredos.
  • Powell, J.: Derrida para principiantes. Buenos Aires, Era Naciente, 1997.
  • Quevedo, A. Logocentrismo o metafísica de la presencia
  • Wolff, F.: "Trios. Deleuze, Derrida, Foucault,  historiadores del platonismo"

  • Notas

    1. Peretti, C. Jacques Derrida: Texto y deconstrucción. Barcelona, Anthropos, 1989. p. 32. 

    2. Derrida, J. Envíos, en La  tarjeta postal. De Freud a Lacan y más allá. México, Siglo XXI, 2001, p.22 

    3. Derrida, J.: Nos-otros griegos, em Cassin, B. (ed.): Nuestros griegos y sus modernos. Buenos Aires, Manantial, 1994, p.195 

    4. Wolff, F.: Trios. Deleuze, Derrida, Foucalut, historiadores del platonismo. En Cassin, B. (ed.): Nuestros griegos y sus modernos. Buenos Aires, Manantial, 1994, p.170 

    5. Traducción libre de Gasche, R., The Tain of the Mirror: Derrida and the philosophy of reflection, en Norris, C. Derrida, On reflection, Cambridge, Mass. Harvard University Press, 1986; p. 139. 

    6. Derrida, J.: Posiciones. Pre-Textos, Valencia, 1977. p. 11

    7. Alliez, É.: Ontología y logografía. La farmacia, Platón y el simulacro. En Cassin, B. (ed.): Nuestros griegos y sus modernos. Buenos Aires, Manantial, 1994; p. 162