Villancisco

Con todo el ajetreo que hay en torno
yo pierdo la noción de lo que pasa,
no sé si es que alguien nace o si se casa
ni a qué tanta sonrisa y tanto adorno.

Como un bizcocho que se cuece al horno,
un tibio aroma emerge de la masa.
Se quieren todos ¡esto sí que es guasa!
La paz es una noche de bochorno.

¡Me desea feliz una paisana!
Yo entre símbolos, ritos y señales,
me confundo de beso y ¡bronca! ¡Glub!

Champán y viandas corren a raudales
si bien el hambre corre con más gana
y no deja escapar los de su club.
LA GUITA (Himno Neoliberal)

La guita nos ata,
es nuestra obsesión,
sin ningún millón
la vida es ingrata.

La ley de la plata
ley es de atracción,
quien halla un filón
su encanto aquilata.

La dicha barata
no tiene aliciente,
consuela a la gente,
la vuelve pazguata.

La flor y la nata
champán y caviar,
la gente vulgar
sardinas en lata.

Quien pierde o empata
ni pincha ni corta,
si no se comporta
que estire la pata.

La gente sensata
está ya obsoleta,
no hay más que una meta
¡o métete o mata!

BIBLIGRAFITI

El Libro de las Promesas está escrito con letras de oro, sobre papel mojado.
El Libro de las Verdades está escrito con letras mayúsculas, que tapan a las minúsculas.
El Libro de la Sinceridad está escrito a medias tintas.
El Libro de la Alegría está escrito con una letra de pena.
El Libro de la Bondad está escrito con mala letra.
El Libro de la Vida ya casi no tiene hojas, alguien se las está arrancando.
El Libro de la Riqueza usa una prosa muy pobre.
El Libro de la Belleza está demasiado sobado.
El Libro de la Autenticidad está escrito con letras de molde.
El Libro de los Grandes Hallazgos se ha perdido.
El Libro de la Libertad está en su caja.
El Libro del Amor tiene un magnífico prólogo y un final decepcionante.
El Libro del Amor cuando se lee entre líneas es cuando resulta sublime.
El Libro de la Traición está escrito por detrás.
El Libro del Sexo está escrito de todas las maneras posibles.
El Libro de la Realidad está donde menos se imagina.
El Libro del Futuro está desfasado.
El Libro de las Novedades es un plagio.
El Libro de las Pasiones es tremendamente cerebral.
El Libro de la Lógica está difuso.
El Libro de la Ciencia está demasiado abstraído.
El Libro de la Historia está escrito al dictado.   
El Libro de la Revolución está escrito de puño y letra.
El Libro de la Paz está encriptado pero todos conocen la clave.
El Libro de la Política está forrado.
El Libro de la Justicia está ilegible.
El Libro de lo que Está Escrito es de lo que no está escrito.
Desde El Primer Libro estamos encuadernados.
El Último Libro es el primero que será leído por todo el mundo.

El otoño de los otoños

Ya el otoño chapurrea su prosa delirante
por los foros cenitales
y entre airadas veladas
en círculos de divagación poética
y estentóreas alboradas.

Reclina su torso airoso sobre alféizares y frontispicios
aireando comidillas del coso urbano incorregible
y, arrastrando sus hábitos talares
de greña y muselina gris,
saca a relucir los excesos genitales
sobre el cutis vegetal.

Ya el verano masculla en cansina aljamía
el salaz estrambote de un romance nudista.

Ya la ciudad decadente,
de esencias postizas,
cerrada sobre sí como un remoto atolón,
se apresta a replantear su paradigma eleático
en una ardua, crepitante digestión.

Todo vuelve a parecer tener sentido
cuando tras la tregua sin tregua del estío
vuelven las testas a sus hormas bizantinas
y se olvida el calor
como se olvida la muerte.

La nostalgia se encarama al clima de su acomodo,
pero no abroga sus cultos de cilicio.

Y las distancias siguen ganando terreno
y los abismos hondura,
mientras creemos que todo volverá a empezar
como si nada hubiera pasado,
como si todo fuese a pasar.

El papel del altruismo.



Los modelos de racionalidad para Hebert Simon*. El papel del altruismo.

Gonzalo Martín, @Gadabarthes 2014

Herbert Simon entiende el razonamiento como el proceso complejo que lleva de la recepción de información simbólica a la producción de datos simbólicos. En una primera fase se consolidan observaciones empíricas en forma de axiomas, los cuales sustentan las conclusiones a las que se llega en aplicación de unas reglas de inferencia. Pero estas reglas de inferencia son las que adolecen de falta de consistencia. Pese a que los mecanismos de la razón son imposibles de ratificar en cuanto a su validez, lo que sí cabe es analizar su adecuación para la toma de decisiones en la vida cotidiana. Son esos mecanismos los que habrán de servir de guía en el curso de acción humana.

Herbert Simon distingue cuatro visiones de la racionalidad:
  1. La racionalidad olímpica que "postula un hombre heroico que efectúa elecciones comprensivas en un universo integrado". Este modelo se corresponde con la teoría USE (utilidad subjetiva esperada) que supone la posesión de una función de utilidad bien definida para el sujeto que toma las decisiones y, en segundo lugar, que éste se enfrenta a una serie bien definida de alternativas y que, en tercer lugar, es capaz de asignar una distribución de probabilidad a las series de hechos futuros y, por último, que la opción elegida acrecentará al máximo el valor esperado según su propia función de utilidad.
  2. El modelo conductual que "postula que la racionalidad humana es muy limitada y está muy circunscrita a la situación y los poderes computacionales del hombre". Este modelo se corresponde a su vez con la teoría de la racionalidad limitada, que supone que las elecciones se realizan en circunstancias específicas que son independientes de otras dimensiones de la vida y que éstas se adoptan recurriendo a unas pocas alternativas que sugieren unas muy concretas expectativas. Esta teoría tiene una base empírica que, según Simon, cada vez describe más acertadamente el comportamiento humano y da cuenta de la capacidad de supervivencia de formas de vida que poseen exiguas habilidades de cálculo.
  3. El modelo intuitivo que "enfatiza los procesos de reconocimiento que sustentan las habilidades adquiridas por la experiencia acumulada y el reconocimiento de situaciones en las que esa experiencia es pertinente y apropiada". Este es un modelo basado en la experiencia y el aprendizaje que permite adquirir unos mecanismos automatizados de resolución de conflictos que recurren a la identificación de situaciones, donde la emoción juega un papel destacado para lograr una concentración de la atención y la adecuada fijación de los procesos reiteradamente seguidos.
  4. El modelo evolucionista de la racionalidad. Se trata de un modelo de facto que "implica que sólo aquellos organismos que se adaptan, que se comportan como si fueran racionales, habrán de sobrevivir". Vista superficialmente esta teoría, la racionalidad parecería seguir un modelo conductual es decir, se identificaría con un mecanismo que facilitase la adaptación a un medio determinado, cuando, en realidad, la entiende como proceso continuo de adaptación a un conjunto cambiante de circunstancias. Los tres modelos anteriores se centran en la racionalidad orientada a resultados, en tanto que la racionalidad evolutiva resultaría de la interacción con el entorno de donde se derivaría una progresión conjunta, es una racionalidad en perpetua reconfiguración.
Para Simon la teoría USE no puede ser aplicada en el mundo real; corresponde a un modelo abstracto donde la disponibilidad de información y la capacidad de proceso no permiten incorporar la vastedad del mundo de la indeterminación y de la complejidad, por lo que se aplica en entornos fragmentarios de la realidad donde más que cálculos maximizadores, lo que importa es la adecuación de los supuestos aproximativos. Este es el modelo de racionalidad limitada que comprende atajos cognitivos al adoptar decisiones complejas, porque la actividad cognitiva no lo abarca todo.

El modelo intuitivo admite otra variante de pensamiento que procede de la interiorización de la experiencia. Los estímulos recibidos se fijan en redes neuronales capaces de identificar otros similares y de aplicar (como reacciones semiautomatizadas) las respuestas dadas en aquellas otras ocasiones. La forma de evaluación de la calidad de estas respuestas se basa en la comparación con otros seres humanos en circunstancias equivalentes, por lo que la duración de la vida humana se convierte en un parámetro de la competencia operativa (que ha sido adquirida e incorporada en el estrato racional de la intuición). En el proceso de fijación juegan un papel fundamental las emociones que preparan el sustrato biológico para que el estímulo-respuesta sea lo más eficiente posible y a la vez contribuye a la mejor consolidación de los enlaces sinápticos donde queda registrado el fenómeno.1

Pero es sin duda el modelo evolucionista el más original de los que Simon expone. En esencia propone una perspectiva que permite considerar el resultado de los procesos evolucionistas como una forma de racionalidad. Es decir, renuncia a una perspectiva antropocéntrica para considerar la racionalidad como aquel metaproceso que és más que la suma de las partes en la correlación adaptativa entre individuos o grupos y su entorno. Simon nos emplaza a distanciarnos del principio teleológico implícito en los mecanismos de selección natural darwinistas, basados en el concepto de aptitud, porque presuponen que el estado evolutivo en un momento dado habría sido la meta originaria al comienzo del proceso adaptativo, siendo la capacidad reproductiva el factor determinante del éxito. Un sencillo cálculo del número de generaciones habidas desde el surgimiento de la especie humana hasta la actualidad, y más aún, desde el inicio de la revolución industrial, demuestra que es imposible que estos mecanismos puedan haber jugado un papel en el desarrollo acelerado del entendimiento humano. Simon se alinea con otras teorías evolucionistas2 que contemplan la elaboración de nichos como clave del proceso evolutivo.

Milton Friedman postuló que en los negocios se daba un comportamiento que resultaba equivalente a haber hecho los cálculos  racionales necesarios para alcanzar un máximo de utilidad o beneficio. Estas observaciones las plasmó en una teoría del "como si" del funcionamiento económico: La supervivencia de un negocio dependía del éxito en su adaptación al medio económico. Es decir, los resultados eran la prueba de la adaptación, no los mecanismos de raciocinio invertidos en ello. Este énfasis en el resultado sigue la misma línea de determinadas acepciones del darwinismo. Una combinación de dos mecanismos, la variación creativa y la selección preservativa constituirían un mecanismo de racionalidad sobrevenido, es decir, validador de cada estadio evolutivo. La objeción que Simon hace a este modelo es que si se considera la evolución como un proceso de prueba que va descartando las variaciones no óptimas, resulta claramente inapropiado si se tiene en cuenta que se dispone de un único ensayo para verificación y cualquier error implicaría descartar prematuramente infinidad de variantes potencialmente mejoradas y la potentación paradójica de variantes sin significado adjetivable. Simon llama la atención sobre el hecho de que el mecanismo de mutación genética no es el principal factor de producción de variación en la especie, las recombinaciones cromosómicas y micro-recombinaciones del ADN pueden ser mucho más determinantes. A esto hay que añadir el argumento más importante que hay que tener en cuenta para contemplar otras dinámicas evolutivas, cual es que la selección natural actúa sobre el fenotipo, en tanto que la variación es de ocurrencia genotípica, y esto nos lleva a considerar que aquellos caracteres más complejos de la especie humana, entre los que se encuentra la capacidad intelectual, tienen que responder a otros procesos evolutivos.

En este punto es donde irrumpe en la evolución el concepto de genes culturales (culturgenes o memes) que influyen en la evolución mediante mecanismos sociales y culturales de transmisión de pautas de comportamiento. La herencia genética no permite explicar una evolución tan acelerada como la que ha experimentado la humanidad porque no incorpora en el vector biológico las mejoras individuales y colectivas adquiridas en vida; pero la herencia cultural sí, porque sus mecanismos de actuación son acumulativos, son netamente lamarquianos. Estas reflexiones nos remiten a Durkheim, quien considera dos maneras de supervivencia: la competencia por un nicho o la ocupación de un nicho libre mediante especialización. Los organismos alteran el medio para sí y para otros organismos lo cual resulta ser mecanismo de creación de nichos que permite el desarrollo de nuevas criaturas y, a su vez, el desarrollo de más nichos.

Simon destaca, entre otras conclusiones, la necesidad de un factor de refinamiento o mejora social que también tiene raíces individuales pero no orientado centrípetamente, el altruismo. En su forma más restrictiva, el altruismo puro o altruismo exacerbado, se resume en una especie de sacrificio en beneficio de otros organismos. Pero hay otra forma de altruismo mucho más extendida y menos exigente, el altruismo débil, que persigue el interés propio pero alumbrado por el convencimiento de que es posible arrastrar a la colectividad en la percepción de los efectos beneficiosos. Se sacrifica aptitud a corto plazo sin renunciar a la recompensa indirecta.

La base científica del altruismo débil, como la del egoísmo, nos la proporciona la genética, que puede explicar la existencia de un gen altruista. En efecto, el reconocimiento de los parientes cercanos, con los que se comparten muchos genes, garantiza que el sacrificio en aras de la supervivencia de la familia nuclear sirve para perpetuar la herencia común. Para que se pueda sostener la existencia biológica del gen altruista se precisan tres rasgos que evolucionan conjuntamente:

1.   Aprobación/desaprobación de la conducta altruista/egoísta de otros
2.   Respuesta a la aprobación/desaprobación mediante el sentimiento de culpa o vergüenza
3.   Recompensa del altruismo con oportunidades para la procreación incrementada (o su variante de responsabilidad/mérito-honor)

Sólo en un mundo extremadamente simple, donde la ventaja a corto plazo es también una ventaja a largo plazo, la evolución nos llevaría a algo parecido a un máximo global mediante la eliminación de los menos aptos. Si bien en el mundo complejo, el mundo real, la secuencia de las mutaciones puede determinar la dirección de la evolución (lo que podría desembocar en topes muy circunscritos a deteminado medio con escasa relevancia para los resultados globales), sólo una selección conjunta de características que puedan evolucionar de forma paralela explica logros evolutivos en el seno de dicha complejidad, gracias a que ciertos rasgos "de segunda clase" son preservados, y esto es lo que se consigue mediante la especialización de los nichos.

La racionalidad evolutiva, expresada en estos términos, no es una racionalidad de medios orientados a fines, sino que se trata de un proceso continuo de búsqueda y mejora en sí. La evolución cultural, que es en definitiva lo que caracteriza la evolución de la especie humana, es una proliferación de ideas, progresivamente enriquecedora (no es preciso, aunque ocurre a la par, que la riqueza sea disponibilidad de bienes materiales). Las teorías evolucionistas sustentadas sobre la elaboración de nichos configuran un sistema que avanza en el sentido de un aumento de la complejidad, y esta se vale de mecanismos de retroalimentación que logran aumentar la aptitud mediante una iluminación del egoísmo. Un egoísmo no iluminado está tan inadaptado como, tal vez, un altruismo puro.



Bibliografía

  • Álvarez, J. F. (2009). Elección Racional y Racionalidad Limitada. En Juan Carlos García-Bermejo (2009). Sobre la Economía y sus Métodos. Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía. Vol. 30. (pp. 177-196). Madrid: Trotta.
  • Edgeworth, F.Y., Mathematical Psychics. London: C. Kegan Paul & CO., 1881
  • Hahn, F. y Hollis, M. Filosofía y Teoría Económica. México: Fondo de cultura económica, 2004.
  • López-Rojas, V., Almaguer-Melián, W. y Bergado-Rosado, J.A., "La ‘marca sináptica’ y la huella de la memoria"  en Revista de Neurología 2007; 45 (10): 607-614.
  • Sen, A. (1977). Rational Fools: A Critique of the Behavioral Foundations of Economic Theory. Philosophy and Public Affairs, 6(4), 317-344.
  • Simon, H. (1986). Naturaleza y límites de la razón humana. México: Fondo de cultura económica, 1989.
  • Simon, H. (1986). Rationality in Psichology and Economics. The Journal of Business, 59(4), 209-224.
  • Spencer, H. The Data of Ethics. London: Williams and Norgate, 1879.

 

Notas

*Herbert Alexander Simon, Premio Nobel de Economía 1978 por ser «uno de los investigadores más importantes en el terreno interdisciplinario» y «porque su trabajo ha contribuido a racionalizar el proceso de toma de decisiones».

1. López-Rojas, V., Almaguer-Melián, W. y Bergado-Rosado, J.A., "La ‘marca sináptica’ y la huella de la memoria"  en Revista de Neurología 2007; 45 (10): 607-614

2. Simon menciona a Hutchinson y a Mayr. 

La mano invisible resultó ser mano oculta.

Gonzalo Martín, @Gadabarthes 2014


Desde Adam Smith1 la economía liberal asume el principio de que el egoísmo individual, desenvolviéndose en un entorno libre de trabas, conduce a un orden de bienestar social de mayor nivel que el que se obtendría si prevaleciesen otros comportamientos.  Este modelo supone, entre otras premisas, la aceptación de un concepto de bienestar correspondiente a una "óptima" disposición y utilización de recursos y, además, que para garantizar la coherencia de este sistema de causalidad difusa, bastaría un único mecanismo regulador consistente en un indicador basado en los precios.

Bajo estos supuestos, el egoísmo sería la base de la felicidad de las sociedades y por tanto el concepto de racionalidad debería articularse en función del que es considerado el motor del comportamiento. Herbert Spencer contribuyó a afianzar este modelo, a pesar de rebajar el peso del egoísmo en los procesos electivos, cuando en The Data of Ethics2 propuso una fórmula ampliada donde el logro del bienestar (felicidad) general requería la concurrencia tanto de una perspectiva individualista como de una perspectiva generalista en la persecución de tales intereses.

También en esa línea, Francis Y. Edgeworth, cuando publicó su Mathematical Psychics3 pretendió probar que los agentes económicos se mueven "exclusivamente" guiados de su interés propio, pese a que él mismo consideraba al ser humano un "egoísta impuro", es decir, cuestionaba la veracidad del axioma de partida de su planteamiento cientifista. Para Edgeworth un bienestar social equilibrado, entendido como equilibrio de mercado que se alcanza en la observancia de tales premisas, corresponde a un "óptimo de Pareto", es decir a una situación en la cual cualquier mejora de alguno de los agentes se haría a costa del empeoramiento de otros, a la vez que nadie estaría en peor situación que si las condiciones de intercambio fuesen otras. Para garantizar la mayor suma posible de utilidad (bienestar) habría de bastar la motivación del egoísmo, si acaso supervisada mediante algún sistema de arbitraje. El óptimo de pareto se consuma en la estructura de la pirámide social en forma de clases, castas, estamentos y jerarquías de diversa índole y es, en el ideario liberal, la coartada perfecta para promover la agresividad como mentalidad de éxito y el egoísmo como actitud justificable moralmente en un contexto de valores "cristianos"4 (piedra de toque de la civilización occidental) y, por último, para proclamar un modelo de racionalidad que "en última instancia" habrá de conducir al mejor de los mundos materiales posibles.

Ahora bien, a pesar de toda la literatura "científica" volcada en ratificar estos principios, son muchas las voces autorizadas que se han distanciado de los presupuestos utilitaristas de una racionalidad basada en el egoísmo, poniendo en serios aprietos la validez de esta teoría. El modelo de sociedad que se construya depende en gran medida de la aplicación práctica de las respuestas a esta cuestión, de ahí la trascendencia de esta controversia.

En la medida en que la conducta humana es estudiada como resultante de una función de utilidad que actúa en un medio artificial (donde el consumo de productos se prefigura como la culminación de una correcta aplicación de los mecanismos de la razón), las conclusiones prácticas estarán predeterminadas por las hipótesis de partida y por tanto quedarán en la oscuridad otras potencialidades que no afloran bajo esta metodología de análisis. Es más, si la racionalidad es analizada en paralelo con el comportamiento económico del ser humano (homo sapiens → homo economicus), es porque la toma de decisiones y la obtención de gratificaciones materiales y espirituales se han erigido en paradigma de la inteligencia aplicada y por tanto una vasta actividad del entendimiento que subyace a la mayor parte de toma de decisiones llega a parecer inconsistente y carente de interés para el desarrollo humano.

La racionalidad en Amartya Sen*. El papel del compromiso y la simpatía.


Amartya Sen pone el acento en la refutación de principios tales como la "preferencia revelada" como parte consistente de la elección racional. No todo el complejo proceso psicológico que encierra una elección puede ser evaluado mediante supuestos tan simplistas como los que intervienen en la adquisición de bienes según un orden de preferencia pretendidamente inamovible. El hecho de que sobre éstos sí sea posible ejercer un control directo y, por tanto, tengan gran relevancia en determinadas situaciones, no impide que se perciban ahí otros elementos de juicio que pugnan por modular la conducta y otros muchos factores que ni siquiera es posible tener en consideración por su complejidad computacional en relación con la capacidad humana.

Para Sen la teoría tradicional está pobremente estructurada si admite que una ordenación simple podría erigirse en tabla rectora del comportamiento de la persona, puesto que la realidad es mucho más compleja. Este ser "racional" es definido por A. Sen como "tonto racional", como un ser incapaz de enfrentarse a la superposición y entremezclamiento de intereses y aspiraciones que realmente configuran el espacio desiderativo social y por ende la extraordinaria complementareidad del medio humanizado.

El egoísmo no lo explica todo y en esta reflexión Sen retoma los conceptos de "simpatía" y "compromiso" que Edgworth ya hubo analizado. La "simpatía" abre un circuito más amplio en la consecución del bienestar que el que configura el yo-mismo aisladamente; muy al contrario la satisfacción propia emerge vinculada a la de otros individuos próximos en algún sentido. Un paso más en el distanciamiento de la teoría económica convencional, que identifica elección personal y bienestar personal, es la existencia que Sen constata del "compromiso" como forma de aceptación de determinadas normas de conducta que permiten una convivencia armónica sin que el incentivo económico tenga que estar presente. Sen defiende la consistencia de la eleción de compromiso, la cual no supone desviación de la racionalidad (incluso en su acepción egoísta) porque cuando el acto x es escogido por la persona i, aunque no pareza directamente relacionado con un incremento de bienestar, y el acto y es rechazado, esto implica que i espera que sus intereses personales resulten mejor servidos por x que por y al menos de un modo mediato.

A. Sen recoge la distinción que J. Harsanyi hace entre preferencias "subjetivas" y preferencias "éticas" a las que atribuye el papel de expresar "lo que prefiere el individuo sólo en los momentos posiblemente raros en los que se impone una actitud imparcial e impersonal especial".5 Pero Sen va más allá y habla de metaordenamientos de preferencias en los que se incardinan los juicios morales. Un juicio moral no se coloca en una escala de preferencias de las acciones, sino que constituye un orden en sí, con sus propios criterios, que se aplica al conjunto de las acciones sujetas a otros órdenes de valoraciones. Es una estructura mucho más compleja:
"La estructura exige mucha más información que la provista por la observación de las elecciones efectivas de los individuos... La estructura asigna un papel a la introspección y la comunicación."6
La teoría de juegos en el plano de las pruebas y los estudios sociológicos en el de las situaciones reales, revelan que los individuos no siguen a menudo la estrategia egoísta porque, entre otras cosas -tal y como prueba el "dilema del prisionero"- el egoísmo individual produce un resultado inferior para el conjunto, contradiciendo rotundamente las afirmaciones del sistema economicista que axiomatiza el efecto de la "mano invisible".
"No debe verse el comportamiento en términos de la dicotomía tradicional existente entre el egoísmo y los sistemas morales universalizados (como el utilitarismo). Los grupos inermedios entre el individuo y los demás, como la clase y la comunidad, proveen el foco de muchas acciones que implican el compromiso."7

Conclusión


Hay mecanismos de interacción social, tales como el compromiso y el altruísmo, que obran con tanta o mayor eficacia que el egoísmo para lograr un incremento del bienestar de la humanidad, lo que nos permite adoptar una idea del mundo más colaborativa y no esa lucha completamente encarnizada que preconizan los modelos de racionalidad basada en el egoísmo. La teoria evolucionista es en cierto modo antiutópica pero, debidamente interpretada y puesta al día, en el mismo grado nos abre grandes perspectivas a un enfoque de los esfuerzos humanos sobre la salvaguarda de lo común como mejor procedimiento para garantizar el máximo desarrollo de la potencialidad individual (justo a la inversa de la perspectiva que entraña la mano invisible).

Vamos a concluir con una reflexión en torno al teorema del bienestar social de Kenneth Arrow. Arrow demuestra que "una función de bienestar social debe satisfacer, que tal función no puede existir." ¿Qué lectura podemos hacer de esto? Entre otras, quizá la de mayor riqueza heurística es que, si hay que garantizar la defensa de la diversidad como bien en sí y como yacimiento de oportunidades, no es posible definir una función del bienestar social no sujeta a intereses sectarios. A esa función debería supeditarse la actividad humana en aras de un fin "óptimo" previsto de antemano, y por tanto se hace necesario tomar partido y adscribirse a un orden de valores. Otra cosa es dilucidar de qué medios disponemos para que podamos cuestionar determinados "sistemas de valores" y cómo podemos sentenciar cual es el "más sensato".



Bibliografía

  • Álvarez, J. F. (2009). Elección Racional y Racionalidad Limitada. En Juan Carlos García-Bermejo (2009). Sobre la Economía y sus Métodos. Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía. Vol. 30. (pp. 177-196). Madrid: Trotta.
  • Edgeworth, F.Y., Mathematical Psychics. London: C. Kegan Paul & CO., 1881
  • Hahn, F. y Hollis, M. Filosofía y Teoría Económica. México: Fondo de cultura económica, 2004.
  • López-Rojas, V., Almaguer-Melián, W. y Bergado-Rosado, J.A., "La ‘marca sináptica’ y la huella de la memoria"  en Revista de Neurología 2007; 45 (10): 607-614.
  • Sen, A. (1977). Rational Fools: A Critique of the Behavioral Foundations of Economic Theory. Philosophy and Public Affairs, 6(4), 317-344.
  • Simon, H. (1986). Naturaleza y límites de la razón humana. México: Fondo de cultura económica, 1989.
  • Simon, H. (1986). Rationality in Psichology and Economics. The Journal of Business, 59(4), 209-224.
  • Spencer, H. The Data of Ethics. London: Williams and Norgate, 1879.


Notas


* Amartya Kumar Sen: Premio Nobel de Economía en 1998.

1. Sus ideas sobre las causas y motivaciones del progreso humano fueron desarrolladas en Smith, A., The Theory of Moral Sentiments. London: A. Millar, 1759 y posteriormente en Smith, A., An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations. London: Strahan & Cadell, 1776.

2. Spencer, H. The Data of Ethics. London: Williams and Norgate, 1879.

3. Edgeworth, F.Y., Mathematical Psychics. London: C. Kegan Paul & CO., 1881

4. Más concretamente, de valores protestantes según constata Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

5. Harsanyi, J. Cardinal Welfare, Individualistic Ethics, and Interpresonal Comparisons of Utility.
Journal of Political Economy, 63 (1995), p. 335. Citado en Hahn, F. y Hollis, M. Filosofía y Teoría Económica. México: Fondo de cultura económica, 2004. p. 203. 

6. Sen, A. “Los tontos racionales” en Hans & Hollins, Filosofía y Teoría Económica. México: Fondo de cultura económica, 2004. p. 208. #

7. Íbid. 216. #

La ciencia como convidado de piedra

No deja de ser sorprendente que desde las posiciones ideológicas más conservadoras, refractarias por naturaleza al progreso científico, se recurra a la ciencia para que sentencie, a su favor por supuesto, en disputas que son de naturaleza filosófica, sin que quepa apelación posible desde los propios mecanismos de los que la ciencia se dota para descartar el error. La ciencia es en estas ocasiones invocada en calidad de mera comparsa y no de instrumento del conocimiento y se le hace decir las cosas, no como caben ser enunciadas e interpretadas, sino como un recetario de apodíctica. Si la ciencia y la filosofía se necesitan para adentrarse en el universo de la referencialidad recurrente sin perderse en la tautología, como ya advirtiera Wittgenstein, no es posible decir de lo que no está sujeto a medida, unas dimensiones que no pertenecen a la cosa observada sino a la mente observante.

Es relativamente reciente (años noventa del pasado siglo) un caso similar en que un libro, The Bell Curve (‘La Campana de Gauss’) escrito por el psicólogo Richard Herrnstein y el politólogo Charles Murray, era utilizado de esta manera para establecer unos criterios selectivos que permitiesen ignorar la ética, e incluso la deontología científica, para abordar una ingeniería social discriminatoria, ya que se sugería que las diferencias en los cocientes intelectuales entre "razas" eran de naturaleza genética y por tanto, todas las "facilidades" que se diesen a estas variantes "inferiores", irían en detrimento de la evolución que la "raza" dominante habría de merecer. Al margen de todos los errores estadísticos del libro, en la selección de las muestras y en la grosera eliminación de disonancias en los resultados (sin hablar de las carencias en la conceptualización de los términos en estudio y en el uso parcial de los avances de la genética), las conclusiones, que hubieran debido servir para aproximar un diagnóstico sobre el efecto de las condiciones socio-ambientales sobre el desarrollo de las potencialidades de los individuos, fueron utilizadas para defender posiciones racistas al amparo pretendido de la "ciencia" y de este modo eludir el reproche que la razón más elemental suscita. En su libro La falsa medida del hombre, Stephen Jay Gould desmontó aquellas pretendidas evidencias, aunque hubo de afrontar denodados ataques, por ello y por haber tomado un posición ideológica firme allí donde la ciencia no es capaz de dirimir cuestiones que se escapan por los vericuetos de la filosofía.

Pues bien, ahora vuelve a suceder esto en el caso de las organizaciones autodenominadas "pro vida", cuando hacen "decir" a la ciencia que una vida es lo que queda definido en un ADN recién ensamblado, al margen de todo lo que la rodea, le antecede y le sucede, en su compleja secuencia de réplicas, desarrollos e ínsumos. La vida que interesa a los "pro vida" es ese sujeto místico que ha quedado adherido al material genético y que surge dotado del imperativo del alumbramiento, aunque sólo sea para recibir otras oscuridades el resto de sus días. Y es la ciencia la que lo viene a decir, bajo amenaza de ser considerada díscola por quienes no desean oír nada más de lo que la ciencia les dice, cuando no se aviene a los cálculos metafísicos en los que basan su concepción del mundo. Pero la ciencia no dice eso, ni la vida es sólo una secuencia de ácidos nucleicos, por exclusiva que pueda resultar. No hay vida sin proyección en el tiempo ni sin tener en cuenta el medio en el que se ha de desenvolver. La vida no es mera concepción sino percepción, recepción, acepción y excepción, y las resonancias de lo que ocurre en cualquier fase alcanzan al resto del periplo vital. Si hacemos un ejercicio mental, como esos a los que aquel científico que fue Albert Einstein, era tan aficionado, podemos entender mejor esto: supongamos que tomamos el material genético de ese ser que se está formando y lo clonamos. ¿Qué resultará de ello, un único individuo en dos cuerpos idénticos, o dos individuos similares? ¿Tendremos el mismo ser por duplicado, o serán dos seres independientes? ¿Tendrán una sola conciencia o sólo tendrán una determinada abundancia de coincidencias? Si la respuesta a esta disyuntiva es la primera opción, entonces el problema de los "pro vida" quedaría "científicamente" resuelto sin más que guardar una muestra de ese material genético a buen recaudo y esperar a ver qué se hace con él en un futuro. Esa "vida" ya estaría ahí determinada y protegida y la mujer inmersa en un embarazo no deseado podría decidir qué hacer con su propia vida sin injerencias mesiánicas. Pero si la respuesta es la segunda opción, entonces los "pro vida" estarían obligados a reconocer que todo el proceso cuenta, y no sólo ese primer instante de la "concepción";  y que mientras un órgano no se ha formado, no es posible experimentar aquello para lo que sirve; y que algo tan complejo como es la conciencia humana requiere de unos órganos operativos y de un mínimo de tiempo, antes del cual esa vida tiene ya cierta forma, que va tomando de su continente, pero está a la espera de recibir un contenido, que necesita donde asentarse y el modo de hacerlo. En ese caso, la mujer inmersa en un embarazo no deseado deberá disponer de un plazo razonable para decidir si darle ese contenido o no.

Y es que llegado el momento, la epigenética también se pronuncia y es ahí donde la ontogenia se enfrenta a la complejidad de la expresión génica bajo el dictado maleable de la secuencia nucleótida. Y esto es tan ciencia como la ciencia que describe la doble hélice, pero mientras el ADN sólo dice lo que lleva inscrito, las personas que se apropian de la ciencia para lo que les interesa, vienen a decir que mediante el ADN habla Dios, y que ellos están llamados a revelarnos su mensaje.