La mano invisible resultó ser mano oculta.

Gonzalo Martín, @Gadabarthes 2014


Desde Adam Smith1 la economía liberal asume el principio de que el egoísmo individual, desenvolviéndose en un entorno libre de trabas, conduce a un orden de bienestar social de mayor nivel que el que se obtendría si prevaleciesen otros comportamientos.  Este modelo supone, entre otras premisas, la aceptación de un concepto de bienestar correspondiente a una "óptima" disposición y utilización de recursos y, además, que para garantizar la coherencia de este sistema de causalidad difusa, bastaría un único mecanismo regulador consistente en un indicador basado en los precios.

Bajo estos supuestos, el egoísmo sería la base de la felicidad de las sociedades y por tanto el concepto de racionalidad debería articularse en función del que es considerado el motor del comportamiento. Herbert Spencer contribuyó a afianzar este modelo, a pesar de rebajar el peso del egoísmo en los procesos electivos, cuando en The Data of Ethics2 propuso una fórmula ampliada donde el logro del bienestar (felicidad) general requería la concurrencia tanto de una perspectiva individualista como de una perspectiva generalista en la persecución de tales intereses.

También en esa línea, Francis Y. Edgeworth, cuando publicó su Mathematical Psychics3 pretendió probar que los agentes económicos se mueven "exclusivamente" guiados de su interés propio, pese a que él mismo consideraba al ser humano un "egoísta impuro", es decir, cuestionaba la veracidad del axioma de partida de su planteamiento cientifista. Para Edgeworth un bienestar social equilibrado, entendido como equilibrio de mercado que se alcanza en la observancia de tales premisas, corresponde a un "óptimo de Pareto", es decir a una situación en la cual cualquier mejora de alguno de los agentes se haría a costa del empeoramiento de otros, a la vez que nadie estaría en peor situación que si las condiciones de intercambio fuesen otras. Para garantizar la mayor suma posible de utilidad (bienestar) habría de bastar la motivación del egoísmo, si acaso supervisada mediante algún sistema de arbitraje. El óptimo de pareto se consuma en la estructura de la pirámide social en forma de clases, castas, estamentos y jerarquías de diversa índole y es, en el ideario liberal, la coartada perfecta para promover la agresividad como mentalidad de éxito y el egoísmo como actitud justificable moralmente en un contexto de valores "cristianos"4 (piedra de toque de la civilización occidental) y, por último, para proclamar un modelo de racionalidad que "en última instancia" habrá de conducir al mejor de los mundos materiales posibles.

Ahora bien, a pesar de toda la literatura "científica" volcada en ratificar estos principios, son muchas las voces autorizadas que se han distanciado de los presupuestos utilitaristas de una racionalidad basada en el egoísmo, poniendo en serios aprietos la validez de esta teoría. El modelo de sociedad que se construya depende en gran medida de la aplicación práctica de las respuestas a esta cuestión, de ahí la trascendencia de esta controversia.

En la medida en que la conducta humana es estudiada como resultante de una función de utilidad que actúa en un medio artificial (donde el consumo de productos se prefigura como la culminación de una correcta aplicación de los mecanismos de la razón), las conclusiones prácticas estarán predeterminadas por las hipótesis de partida y por tanto quedarán en la oscuridad otras potencialidades que no afloran bajo esta metodología de análisis. Es más, si la racionalidad es analizada en paralelo con el comportamiento económico del ser humano (homo sapiens → homo economicus), es porque la toma de decisiones y la obtención de gratificaciones materiales y espirituales se han erigido en paradigma de la inteligencia aplicada y por tanto una vasta actividad del entendimiento que subyace a la mayor parte de toma de decisiones llega a parecer inconsistente y carente de interés para el desarrollo humano.

La racionalidad en Amartya Sen*. El papel del compromiso y la simpatía.


Amartya Sen pone el acento en la refutación de principios tales como la "preferencia revelada" como parte consistente de la elección racional. No todo el complejo proceso psicológico que encierra una elección puede ser evaluado mediante supuestos tan simplistas como los que intervienen en la adquisición de bienes según un orden de preferencia pretendidamente inamovible. El hecho de que sobre éstos sí sea posible ejercer un control directo y, por tanto, tengan gran relevancia en determinadas situaciones, no impide que se perciban ahí otros elementos de juicio que pugnan por modular la conducta y otros muchos factores que ni siquiera es posible tener en consideración por su complejidad computacional en relación con la capacidad humana.

Para Sen la teoría tradicional está pobremente estructurada si admite que una ordenación simple podría erigirse en tabla rectora del comportamiento de la persona, puesto que la realidad es mucho más compleja. Este ser "racional" es definido por A. Sen como "tonto racional", como un ser incapaz de enfrentarse a la superposición y entremezclamiento de intereses y aspiraciones que realmente configuran el espacio desiderativo social y por ende la extraordinaria complementareidad del medio humanizado.

El egoísmo no lo explica todo y en esta reflexión Sen retoma los conceptos de "simpatía" y "compromiso" que Edgworth ya hubo analizado. La "simpatía" abre un circuito más amplio en la consecución del bienestar que el que configura el yo-mismo aisladamente; muy al contrario la satisfacción propia emerge vinculada a la de otros individuos próximos en algún sentido. Un paso más en el distanciamiento de la teoría económica convencional, que identifica elección personal y bienestar personal, es la existencia que Sen constata del "compromiso" como forma de aceptación de determinadas normas de conducta que permiten una convivencia armónica sin que el incentivo económico tenga que estar presente. Sen defiende la consistencia de la eleción de compromiso, la cual no supone desviación de la racionalidad (incluso en su acepción egoísta) porque cuando el acto x es escogido por la persona i, aunque no pareza directamente relacionado con un incremento de bienestar, y el acto y es rechazado, esto implica que i espera que sus intereses personales resulten mejor servidos por x que por y al menos de un modo mediato.

A. Sen recoge la distinción que J. Harsanyi hace entre preferencias "subjetivas" y preferencias "éticas" a las que atribuye el papel de expresar "lo que prefiere el individuo sólo en los momentos posiblemente raros en los que se impone una actitud imparcial e impersonal especial".5 Pero Sen va más allá y habla de metaordenamientos de preferencias en los que se incardinan los juicios morales. Un juicio moral no se coloca en una escala de preferencias de las acciones, sino que constituye un orden en sí, con sus propios criterios, que se aplica al conjunto de las acciones sujetas a otros órdenes de valoraciones. Es una estructura mucho más compleja:
"La estructura exige mucha más información que la provista por la observación de las elecciones efectivas de los individuos... La estructura asigna un papel a la introspección y la comunicación."6
La teoría de juegos en el plano de las pruebas y los estudios sociológicos en el de las situaciones reales, revelan que los individuos no siguen a menudo la estrategia egoísta porque, entre otras cosas -tal y como prueba el "dilema del prisionero"- el egoísmo individual produce un resultado inferior para el conjunto, contradiciendo rotundamente las afirmaciones del sistema economicista que axiomatiza el efecto de la "mano invisible".
"No debe verse el comportamiento en términos de la dicotomía tradicional existente entre el egoísmo y los sistemas morales universalizados (como el utilitarismo). Los grupos inermedios entre el individuo y los demás, como la clase y la comunidad, proveen el foco de muchas acciones que implican el compromiso."7

Conclusión


Hay mecanismos de interacción social, tales como el compromiso y el altruísmo, que obran con tanta o mayor eficacia que el egoísmo para lograr un incremento del bienestar de la humanidad, lo que nos permite adoptar una idea del mundo más colaborativa y no esa lucha completamente encarnizada que preconizan los modelos de racionalidad basada en el egoísmo. La teoria evolucionista es en cierto modo antiutópica pero, debidamente interpretada y puesta al día, en el mismo grado nos abre grandes perspectivas a un enfoque de los esfuerzos humanos sobre la salvaguarda de lo común como mejor procedimiento para garantizar el máximo desarrollo de la potencialidad individual (justo a la inversa de la perspectiva que entraña la mano invisible).

Vamos a concluir con una reflexión en torno al teorema del bienestar social de Kenneth Arrow. Arrow demuestra que "una función de bienestar social debe satisfacer, que tal función no puede existir." ¿Qué lectura podemos hacer de esto? Entre otras, quizá la de mayor riqueza heurística es que, si hay que garantizar la defensa de la diversidad como bien en sí y como yacimiento de oportunidades, no es posible definir una función del bienestar social no sujeta a intereses sectarios. A esa función debería supeditarse la actividad humana en aras de un fin "óptimo" previsto de antemano, y por tanto se hace necesario tomar partido y adscribirse a un orden de valores. Otra cosa es dilucidar de qué medios disponemos para que podamos cuestionar determinados "sistemas de valores" y cómo podemos sentenciar cual es el "más sensato".



Bibliografía

  • Álvarez, J. F. (2009). Elección Racional y Racionalidad Limitada. En Juan Carlos García-Bermejo (2009). Sobre la Economía y sus Métodos. Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía. Vol. 30. (pp. 177-196). Madrid: Trotta.
  • Edgeworth, F.Y., Mathematical Psychics. London: C. Kegan Paul & CO., 1881
  • Hahn, F. y Hollis, M. Filosofía y Teoría Económica. México: Fondo de cultura económica, 2004.
  • López-Rojas, V., Almaguer-Melián, W. y Bergado-Rosado, J.A., "La ‘marca sináptica’ y la huella de la memoria"  en Revista de Neurología 2007; 45 (10): 607-614.
  • Sen, A. (1977). Rational Fools: A Critique of the Behavioral Foundations of Economic Theory. Philosophy and Public Affairs, 6(4), 317-344.
  • Simon, H. (1986). Naturaleza y límites de la razón humana. México: Fondo de cultura económica, 1989.
  • Simon, H. (1986). Rationality in Psichology and Economics. The Journal of Business, 59(4), 209-224.
  • Spencer, H. The Data of Ethics. London: Williams and Norgate, 1879.


Notas


* Amartya Kumar Sen: Premio Nobel de Economía en 1998.

1. Sus ideas sobre las causas y motivaciones del progreso humano fueron desarrolladas en Smith, A., The Theory of Moral Sentiments. London: A. Millar, 1759 y posteriormente en Smith, A., An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations. London: Strahan & Cadell, 1776.

2. Spencer, H. The Data of Ethics. London: Williams and Norgate, 1879.

3. Edgeworth, F.Y., Mathematical Psychics. London: C. Kegan Paul & CO., 1881

4. Más concretamente, de valores protestantes según constata Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

5. Harsanyi, J. Cardinal Welfare, Individualistic Ethics, and Interpresonal Comparisons of Utility.
Journal of Political Economy, 63 (1995), p. 335. Citado en Hahn, F. y Hollis, M. Filosofía y Teoría Económica. México: Fondo de cultura económica, 2004. p. 203. 

6. Sen, A. “Los tontos racionales” en Hans & Hollins, Filosofía y Teoría Económica. México: Fondo de cultura económica, 2004. p. 208. #

7. Íbid. 216. #

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