El otoño de los otoños

Ya el otoño chapurrea su prosa delirante
por los foros cenitales
y entre airadas veladas
en círculos de divagación poética
y estentóreas alboradas.

Reclina su torso airoso sobre alféizares y frontispicios
aireando comidillas del coso urbano incorregible
y, arrastrando sus hábitos talares
de greña y muselina gris,
saca a relucir los excesos genitales
sobre el cutis vegetal.

Ya el verano masculla en cansina aljamía
el salaz estrambote de un romance nudista.

Ya la ciudad decadente,
de esencias postizas,
cerrada sobre sí como un remoto atolón,
se apresta a replantear su paradigma eleático
en una ardua, crepitante digestión.

Todo vuelve a parecer tener sentido
cuando tras la tregua sin tregua del estío
vuelven las testas a sus hormas bizantinas
y se olvida el calor
como se olvida la muerte.

La nostalgia se encarama al clima de su acomodo,
pero no abroga sus cultos de cilicio.

Y las distancias siguen ganando terreno
y los abismos hondura,
mientras creemos que todo volverá a empezar
como si nada hubiera pasado,
como si todo fuese a pasar.