El miedo al conocimiento


El historiador egipcio Ibn al-Qifti cuenta la siguiente anécdota reveladora del miedo que producían tales libros [los de filosofía] a quienes estaban absorbidos por la ortodoxia religiosa. Un monje bizantino informó al emperador de que los libros de los filósofos griegos estaban escondidos desde la época de Constantino en un alejado templo cerrado a cal y canto. Ante la duda planteada por el emperador de si tal envío a los musulmanes no tendría que purgarlo él en la otra vida, el monje le respondió: «¡ Mándales estos libros! Tú serás recompensado por ello, pues cada vez que hayan penetrado en un país religioso, se tambalearán sus fundamentos». 

Martínez Lorca, A. Introducción a la filosofía medieval. Madrid, Alianza Ed., 2011, p. 77

Paradoja de Adam Smith


La paradoja de Adam Smith:

El neoliberalismo, como etapa triunfal del liberalismo, ha resultado ser un sistema de economía planificada en numerosos aspectos aunque esta planificación redunde en el interés particular y no el general; con regulaciones restrictivas de las libertades ciudadanas y de la capacidad operativa de determinados agentes sociales, con intervencionismo estatal, paraestatal y periestatal en defensa del propio orden económico aun contraviniendo sus principios fundamentales, con componendas masivas, amaño de precios y preponderancia especulativa, y con descapitalización artificiosa de los instrumentos sociales de cooperación sin que se deba a un mandato manifiesto, pues el ciudadano los tiene en gran estima y sufraga sus costes con mejor disposición que gasta en cualquier otra esfera de consumo. Finalmente, muestra sin tapujos la acción de lo que siempre fue una mano intocable pero en absoluto invisible. Si el interés particular no garantiza el bien común queda deslegitimado como motor del desarrollo social.

El liberalismo paradójico neoconservador es mucho más intervencionista que toda economía dirigida, pero su nomenklatura reside en el hiperespacio, porque ya no necesita de los Estados para desenvolverse y ampararse sino que asume sus funciones en un orden no filantrópico sino antropofágico y en un locus amoenus exclusivo e inexpugnable. La gobernanza financiera internacional se prepara para infiltrar toda posible fuente de riqueza y apropiársela aunque para ello deba dinamitarla antes.

Neoliberalismo: La Era Reagan

Recién arribado a la presidencia, Ronald Reagan lanzó un osado programa que, en caso de llegar a su conclusión, alteraría profundamente la política económica de los Estados Unidos. Estimando la economía como si en estado de crisis estuviese, el programa de Reagan para la "revitalización" económica había sido incubado por los teóricos neoconservadores en torno al nuevo presidente inspirados en la doctrina económica de la Escuela de Chicago. Para fortalecer las supuestamente reprimidas energías del capitalismo "de crisis" y restituir el crecimiento, el plan Reagan ofrecía una triada de medidas:
  • Fuertes recortes presupuestarios para reducir el gasto público
  • Aminoración impositiva, especialmente en los sectores más elevados y de negocios, para estimular la inversión
  • y una retirada sensible de las actividades económicas y la regulación social por parte del Estado.
Esta política era de carácter eminentemente economicista y Reagan creyó poder prometer un periodo de crecimiento no inflacionario. A pesar de las muchas dudas suscitadas, Reagan sometió este programa al Congreso en 1981 -un fuerte descenso de la presión fiscal, un recorte presupuestario de 43 billones de dólares a costa de programas domésticos, y disminución de la presencia estatal en cuestiones medioambientales y de regulación del sector de negocios. Los demócratas se resistieron a este retroceso en las políticas fiscales y de gasto público, pero las fructíferas apelaciones del presidente a la opinión pública, combinadas con el fallido intento de asesinato, le proporcionaron un irresistible apoyo popular.
La política económica de Reagan fue puesta en cuestión severamente en el otoño de 1981 cuando la recesión económica se agudizó. Los informes de Wall Street eran contundentes y el remate lo propinó el reconocimiento por parte del Director del Presupuesto de que los gastos excesivos en Defensa acaparaban los recortes en otros sectores y ocasionaban continuos y tremendos déficits. Entre tanto, los sondeos de opinión mostraban una convicción creciente de que las reducciones de impuestos beneficiaban principalmente a los más ricos. La prosperidad prometida no parecía calar de los sectores pudientes hacia los estratos inferiores.
La revolución había encallado y 1982 transcurrió entre grandes conflictos presupuestarios. La inflación sobrepasó las cifras dobles, pero los tipos de interés permanecieron altos hasta el otoño, momento en que la Reserva Federal se vio obligada a tomar la iniciativa, infringiendo reiteradamente el tabú de la intervención, lo que propició sucesivas bajadas. El desempleo en 1982 era el más alto en 40 años. El futuro político de la Administración Reagan dependía claramente del comportamiento de los restantes agentes económicos a los planteamientos economicistas. Es decir, todo quedaba supeditado a la azarosa prepotencia de los sectores industrial y financiero.

Este fue el experimento fallido de las políticas neoliberales en el corazón mismo del imperio. Para su puesta en marcha fue preciso suponer una situación de crisis sobre la que actuar con carácter de urgencia. El resultado fue demoledor para el interés ciudadano. En el caso de la España del siglo XXI, torpemente encaramada al carro del desarrollo descontrolado, la crisis, que fue en sí una orquestación de los mercados para distraer del propio fracaso de las medidas ultraliberales que desde los 80 se habían ido extendiendo, ha servido igualmente para adoptar unas políticas fuertemente antisociales con el fin pantalla de redimir al erario exhausto, aunque el verdadero objetivo era y es reforzar los privilegios de unos sectores económicos cada vez más ajenos al desenvolvimiento del común de los mortales. Cuando la revolución neoliberal podía darse por completamente fracasada, algunos países se han prestado, entre la euforia de unos y la ingenuidad de otros, a servir de terreno de pruebas para la puesta a punto de una nueva variante, mucho más voraz, de la bestia antropófaga.

Y todavía quedan tremendos desequilibrios por encarar.


Síntesis y comentarios de Gonzalo Martín, de ALBARRACÍN, J., et al.; La larga noche neoliberal. Políticas económicas de los 80. Barcelona, Icaria, 1994.

Darwinismo social y neoliberalismo: Seudociencia y seudoconciencia

El nuevo orden socio-económico denominado neoliberalismo, neoconservadurismo o anarcocapitalismo introduce ideas y principios ausentes en el liberalismo clásico, tales como el principio de subsidiariedad del Estado, experimentado por los ordoliberales alemanes en la posguerra y al que atribuyen el denominado "Milagro alemán", y el monetarismo de la Escuela de Chicago, contrarios a las políticas de intervención económica. Todo ello ha cuajado en una especie de deriva filosófica trufada de planteamientos seudocientíficos incorporados desde las distintas ciencias, las naturales entre ellas, y ha acabado en una especie de refrito de darwinismo social y liberalismo, casi exclusivamente centrado en el interés particular como motor de cambio y desarrollo.


El darwinismo social reformula ideas de la selección natural y la evolución biológica y las aplica a las sociedades humanas. Sus defensores se inclinan hacia una "renaturalización", aunque artificiosa, de las condiciones sociales y esto provoca un rápido deterioro de la clase trabajadora, un creciente abismo entre ricos y pobres, y una degradación de las condiciones de vida en las ciudades industriales y postindustriales. Para los darwinistas sociales la existencia social consiste en una pugna centrada en la competencia entre individuos poseedores de distintas aptitudes naturales. En esencia, los más capacitados habrán de tener éxito, siendo cada vez más fuertes y sanos, en tanto que quienes adolecen de una deficiente autodisciplina y/o inteligencia se verán abocados a la pobreza. Por tanto, las penalidades por las que se les critica son para ellos un exponente de que la sociedad está funcionando como debe. El gobierno no debería interferir para mejorar tales condiciones porque esto sólamente ocasionaría una preservación de cualidades "inferiores" penalizando a quienes poseyesen las mejores. Bajo estos supuestos, la evolución social será servida de modo más adecuado mediante un Estado mínimo. El darwinismo social elimina cualquier sentido de obligación moral hacia los pobres o, virtualmente, hacia cualquiera ajeno a la propia familia.

El darwinismo social goza de un gran predicamento a pesar de sus innumerables inconsistencias, baste un par de ellas para ilustrarlo:
  • No es capaz de conceptualizar la dinámica estructural del proceso de industrialización. Temas tales como la emergencia de nuevas clases sociales o la tendencia hacia la concentración económica y la limitación de la competencia no pueden ser tenidas en cuenta bajo la óptica del darwinismo social. Esta ceguera no es accidental; dar preemiencia a los factores estructurales devaluaría el énfasis del darwinismo social en las cualidades y la acción indivuduales como causas de las condiciones sociales de vida y en la exclusiva responsabilidad individual.
  • En segundo lugar, las sociedades humanas se han desarrollado -para bien y para mal- aplicando el ingenio humano al diseño de herramientas y de medios de organizar el trabajo y la acción concertada en general. De ahí que las sociedades humanas no sean "naturales". De hecho, Locke, considerado el precursor del liberalismo, arguía que los gobiernos humanos no eran una tendencia natural sino consecuencias convencionales. Si las economías, tecnologías e instituciones de las sociedades humanas son producto de ingenio humano, entonces deberíamos prestar atención a los propósitos humanos que sirven y no engañarnos con la pretensión de que fuesen obra de la naturaleza salvaje.
En palabras de Milan Kundera: "La era moderna es el puente entre el reino de la fe irracional y el reino de lo irracional en un mundo sin fe. La figura que aparece al final de ese puente es...el asesino gozoso, libre de culpa."

El Estado mínimo


La doctrina liberal tradicional sostiene que los ciudadanos son soberanos y que el Estado existe para servir a propósitos específicos para ellos. Ante la presión popular para lograr una reforma social del Estado, el neoliberalismo propugna que lo único que el Estado debe garantizar es paz, orden y la preservación de derechos, refiriéndose con el término derechos casi exclusivamente al derecho de propiedad y a una muy limitada noción de igualdad de oportunidades. Parece también que bajo los conceptos de paz y orden hacen referencia a la responsabilidad del Estado de prevenir ataques exteriores o de intervenir allá donde sus intereses puedan verse amenazados, o de garantizar un acceso ventajoso a materias primas y bienes, además de prevenir insurrecciones internas y violaciones de la ley, particularmente violaciones de la propiedad y el honor. Más allá de esto, no sería función del Estado procurar la felicidad de las personas. El Estado Social es visto como un uso perverso del aparato del Estado para desposeer de "sus" bienes a los ricos, acomodados, prósperos, virtuosos, respetables, educados y sanos ciudadanos, en orden a entregarlos a las clases de individuos que no han sido capaces de satisfacer sus propios deseos y que no asumen que su estatus es la justa medida de su capacidad y de su particular trayectoria en el ejercicio de su derecho de propiedad mal aprovechado.

Pese a oponerse frontalmente al Estado del Bienestar y a la regulación industrial, el neoliberalismo incurre en flagrantes excepciones en lo tocante a subsidios y beneficios para la industria y el comercio. El neoliberalismo predica que toda ganancia que no procede del libre ejercicio de la actividad empresarial perjudica la productividad y por eso rechaza los proyectos estatales de desarrollo tales como construcción de infraestructuras, créditos a la inversión, fomento del empleo, formación o calidad de vida, y cualquier otra medida intervencionista, entre las cuales resulta especialmente reprobada la regulación estatal de las tarifas. Pese a ello, calla acerca de la concertación encubierta de precios, o el coste de los desastres medioambientales y de las políticas de apoyo a la actividad empresarial dentro y fuera del espacio jurisdiccional. Pero, sobre todo, y a esto es a lo que estamos asistiendo en la actualidad, el neoliberalismo traga sin excesiva dificultad con el hecho de que el Estado y el denostado cuerpo social tengan que asumir el coste de los despropositos y extravíos en los que ese modelo económico degenera.

Glorificación del interés particular


El neoliberalismo proclama sin reservas que el éxito material es indicativo de virtud, más concretamente, que evidencia la superior capacidad de algunos para el trabajo y la abnegación. Estas serían virtudes emanadas de Dios y ratificadas por la Naturaleza que limitaría las oportunidades y condiciones de vida en la tierra. El máximo deber individual consiste en cuidarse cada uno de sí mismo. En el cumplimiento de este deber individual se cumple a su vez el deber social.

Dadas estas premisas, la existencia de grandes fortunas es digna de encomio. La riqueza es sinónimo de capacidad y los individuos ricos son el futuro biológico de la especie porque gozarán de las mejores oportunidades. El Estado no debe interferir en la distribución de riqueza porque esta viene a través del trabajo y la entrega, y nadie se esforzaría en acumularla si no proveyese ventajas de un orden superior. Más aún, el nivel de riqueza habría de ser el baremo a la hora de gozar de los avances educativos, científicos e incluso de los parabienes morales. En cualquier caso, y por si hubiese que rendir cuentas, se concluye que la acumulación de capital privado es compatible con el desarrollo de la civilización.

Bajo esta formulación, existe una denigración implícita de los "efectivos sociales" relegados a ser fuerza de trabajo. Quienes son explotados son culpables de su propia situación. Mediante el dispendio y la autoindulgencia ante los placeres vulgares, ellos mismos se habrían visto abocados a esa situación. Al incrementarse el número de los desclasados, estos competirán entre sí por el sustento y un salario de resignación. También aquellos individuos que poseyendo "cualidades" hayan pecado de imprudencia sufrirán las consecuencias de la incompetencia del resto.

Esta es la mentalidad subyacente a la ideología neoliberal y es el mensaje que traslada su retórica. Las contradicciones poco importan, lo que cuenta es que mientras dé resultados, toda la evidencia en su contra resultará refutada por el simple hecho de que la realidad es lo que hay y no todo lo que pudo haber sido.

Neoliberalismo: Rasgos


Cuatro rasgos dialécticos caracterizan el discurso neoliberal:
  1. Situar la lucha contra la inflación en el centro de la política económica oponiéndola al crecimiento y a la creación de empleo si es preciso.
  2. Invertir el sentido de la "redistribución" -para favorecer el incremento de los beneficios en detrimento de los salarios- estrechando y haciendo más regresiva la derrama de impuestos y gasto público.
  3. Denostar todo lo público y ampliar el ámbito del beneficio privado mediante la consecución de un cambio cultural que lleve a percibir negativamente las prestaciones y servicios públicos, la regulación estatal y la participación del sector público en la economía, identificando, no obstante, las privatizaciones y la extensión del dominio del mercado como elementos progresistas.
  4. Forzar un cambio en el equilibrio de poderes dentro de la sociedad, debilitando a los sindicatos en particular y, en general, a las organizaciones sociales cuya existencia fiscaliza el funcionamiento del mercado y el poder de los grupos que lo controlan.