El substrato léxico de la socialización

Gonzalo Martín, 2009 - @Gadabarthes, 2013
Po la forma de evolucionar el lenguaje asociado podemos hacer un seguimiento de la evolución del papel de determinadas estructuras sociales; tal es el caso de las relaciones de parentesco. Comprobémoslo mediante un somero vistazo. De las seis modalidades básicas de parentesco, dos han quedado obsoletas en nuestro entorno social, la de leche y la espiritual, lo que ha dado lugar, en el primer caso a la práctica desaparición del vocabulario referido a ella en el lenguaje vivo, en tanto que de la relación espiritual (asociada al rito bautismal) sólo perviven los términos  padrino y madrina, aunque con un sentido más ceremonial que vinculativo y protector como lo era en origen; los términos compadre y comadre, allí donde subsisten se utilizan para expresar una relación de amistad en lugar de la primitiva relación mística contraída merced a relaciones cruzadas, a raíz del bautismo, de individuos pertenecientes al círculo familiar o social más cercano.

Cierta resistencia léxica se aprecia en expresiones tales como que los lazos de consanguinidad sigan utilizándose para denotar el vínculo genético por excelencia, a pesar del avance científico y conceptual en relación con la herencia biológica, siendo equivalentes sangre y genes a la hora de expresar la máxima proximidad parental. También el parentesco político sigue vigente en muchas lenguas, en español desde luego lo está, y nutre gran cantidad de refranes, dichos y tópicos que ilustran la poliédrica consideración que a esta relación se da en la sociedad actual.

Ahora bien, son los restantes tipos de relación de parentesco los que más han evolucionado y mayor renovación léxica están reportando. La noción de familia se ha diversificado dando origen al concepto de familia nuclear (dos generaciones) prolongado en el de familia extensa (tres generaciones), pero, además, las relaciones no formalizadas basadas en la convivencia han dado origen a la familia agregada, y las recomposiciones de parejas con hijos procedentes de otras relaciones se configuran como familia ensamblada, mezclada, constituida o mecano. Hay, además familias homoparentales (constituidas por parejas homosexuales), familias monoparentales (presencia de un solo progenitor), familias unipersonales (formadas por una única persona), familias desestructuradas (víctimas de unas malas relaciones), familias de acogida o familias canguro (aceptoras de niños desatendidos), y también existen las familas de adopción (en las que se integran niños que adquieren los derechos de cualquier hijo biológico). A estos modelos relacionales hay que sumar la variedad de expresiones que vienen a glosar las circunstancias y el desenvolvimiento de todos estos grupos sociales internamente y frente al resto de la sociedad.

En el ámbito de los afectos, de las emociones, el lenguaje vehicula mayores complejidades cognitivas, abundando en las esencias de la cosmovisión de cada pueblo. Así, el amor, en opinión de Kövecses, puede ser definido mediante un modelo cognitivo compuesto por combinaciones de entidades y predicados, es decir, esquemas proposicionales. Básicamente, el modelo consiste en un escenario idealizado y prototípico que recorre tres niveles de intensidad emocional que van desde la afirmación tópica del lugar del amor entre los sentimientos, en un estado de atracción y excitación límite, hasta el descontrol y evocación de los placeres, las actitudes, los actos y las afecciones psicosomáticas, junto a una confirmación de los estados anímicos atribuidos genéricamente a estas situaciones y las manifestaciones psicosociales de los mismos. Estas proposiciones configuran, además, una compleja trama de imágenes físicas y conceptuales, y de cualidades y magnitudes perceptibles en las mismas.

No se limita al esquema proposicional la caracterización lingüística del universo emocional; también las metáforas y las metonimias juegan en ello un papel de primer orden. En el caso del amor, la comida, la belleza, la fuerza o las conductas sociales constituyen el referente más habitual de las construcciones metafóricas que lo designan. Para Kövecses la estructura de las emociones consta de cuatro bloques:
  1. un sistema de metonimias conceptuales;
  2. un sistema de metáforas conceptuales
  3. un conjunto de conceptos relacionados; y
  4. una categoría de modelos cognitivos, uno o más de los cuales son prototípicos.

Por su parte Quinn halló tras una serie de trabajos de campo, que existen palabras de escenario que sirven como concepto de base para un conjunto de términos relacionados. En el caso del amor, una palabra de escenario es “compromiso”, que a través de sucesivas reformulaciones en los distintos estadios de la relación en sí, permiten entender los afectos y las actitudes involucradas en dichas fases. Constituyen un oportuno ejercicio de polisemia que se produce a la par que lo referido muda de coordenadas sociales.

La ira es modelizada lingüísticamente en japonés, según K. Matsuki, recurriendo a tres espacios anatómicos que pueden ser invadidos por un líquido caliente: en el hara (vientre) las emociones se mantienen morigeradas (no lo dejes salir de hara expresa una llamada a controlar esa ira), pero una vez que las presiones vencen esas resistencias, la emoción asciende a mune (el pecho) donde se hace sentir como algo perturbador, nocivo. Cuando se pierde el control, ese fluido caliente invade atama (la cabeza) donde se produce el estallido de la ira. Es en esta escala secuencial, metafórica, donde el concepto de  irascibilidad queda holísticamente caracterizado en japonés, no en parciales definiciones del vocablo ira, o de alguna de sus manifestaciones o fases. En otras lenguas hallamos cierto paralelismo, tal y como nos explica Kövecses, que recurriendo a una metáfora ontológica muy similar, el calor de un líquido en un contenedor, obtenemos un escenario, o conjunto de ellos, en el cual un conjunto de expresiones prefiguradas permiten describir el proceso de la ira y sus diferentes estados: la ira líquida asciende; la ira produce vapor y presión sobre el contenedor; cuando la ira se vuelve demasiado intensa, la persona explota; cuando la persona explota, partes de ella saltan por el aire y lo que tuviera dentro escapa. (Ejemplo: “Estaba que explotaba de ira”). La ira como sustantivo de masa y no contable es metaforizado mediante un cuerpo que admite varios estados y una escala que cuantifica y gradúa la transición entre éstos. Estos sistemas de metáforas en conjunto constan de correspondencias ontológicas y epistémicos entre los dominios de origen y meta que es preciso distinguir:
  1. Correspondencia ontológica:
    1. Origen: calor de líquido en contenedor
    2. Meta: ira
  2. Correspondencia epistémica:
    1. Origen: el efecto de calor intenso en un líquido es calor del contenedor, presión interna y agitación
    2. Meta: el efecto de la ira intensa es calor corporal, presión interior y agitación

La metáfora y la metonimia se alían, pues, paras describir la complejidad del universo emotivo; la metáfora nos proporciona las imágenes y la metonimia nos permite utilizar los efectos fisiológicos de una emoción para representar la emoción misma.

La génesis de los sentimientos radica, según diversos autores, en un proceso que comienza con la alerta. A continuación se darían emociones de aversión y atracción. Luego intervendría la evaluación de la capacidad de control y, finalmente, se produciría una confrontación con las expectativas sociales. Por esta razón, Ortega llama estimativa a la ciencia de los valores, dada la necesidad de sopesar diferentes capacidades y opciones antes de calificar las emociones.

El lenguaje sentimental guarda, según Marina, una enorme cantidad de información sobre el ser humano, recopilada, organizada, tramada por muchas generaciones. En el léxico subyace una teoría completa del ser humano, de su comportamiento, sus motivos, sus esperanzas, incluso de su propia estructura mental. La parte del cerebro que gobierna la inteligencia se adapta mejor y más rápidamente que la parte que gobierna los sentimientos, lo que ha llevado a la cultura occidental a un corte entre los sentimientos y la inteligencia, en general para minusvalorar aquellos, menos controlables, en favor de esta: "Hasta tal punto es claro, que la palabra con que los griegos designan el mundo afectivo es 'pathos', que pasa en castellano a la palabra 'patología', que etimológicamente significa "ciencia de los sentimientos", pero que en realidad se usa como "ciencia de las enfermedades", porque se consideraba que los sentimientos eran enfermedades”.

Pero, además, el análisis léxico de los sentimientos nos permite comprobar que existen similitudes y diferencias que nos remiten, las unas, a los mecanismos gnoseológicos elementales, en tanto que las otras nos permiten apreciar distintas líneas evolutivas del cuerpo social, del conocimiento y de su expresión. Hallamos mediante este análisis dos primitivos semánticos: bueno y malo, además del verbo sentir que es “un modo básico de ser consciente, que no está claramente calificado ni como cognitivo ni como afectivo…” . Del participio de este verbo, sentido, sustantivado emanan tres acepciones: órgano sensorial, significado de algo y dirección; siendo ésta última su significación primaria, de la que derivaría significado como encaminamiento de un signo hacia su representado; y finalmente órgano sensorial, como forma de adquirir significados. Si nos remitimos al significado originario de los términos, hallamos que sentir y experimentar son dos formas de viajar (desplazar la atención de un punto a otro), lo que nos ayuda a entender las claves de cómo se va configurando el universo conceptual mediante mecanismos léxicos que utilizan distintas formas de adquisición de los vocablos; aunque con el tiempo y la descontextualización de sus sucesivas acepciones se termina perdiendo aquel nexo original entre el significante y el significado.

Hay, para Marina, cinco dimensiones básicas que permiten expresar el dominio afectivo, cinco oposiciones, que permiten calificar las experiencias y las cosas: Relevante/irrelevante, atractivo/repulsivo, agradable/desagradable, apreciable/despreciable y activador/represor. Sobre este espacio multidimensional podríamos ubicar y caracterizar todo el universo emocional que el lenguaje ha ido envolviendo en estructuras significantes, las cuales, con el tiempo pueden llegar a distraer de aquéllos contenidos complejos que inicialmente constituian su objetivo referencial. Cumple ahora a la sociolingüística desentrañar y reubicar  las historias, las metáforas, los avatares con los que las emociones han ido recamando su tejido léxico, mediante el cual en cada momento se comunica aquello de las emociones que se quiere y/o puede manifestar, y en la forma en que la sociedad del momento sabe o admite que sea expresado.

Con  estas cinco dimensiones, cree Marina poder rendir cuentas de todo el confuso y relativo universo de las interioridades del ser humano, que seguramente seguirá evolucionando en este aspecto conforme se adapta a un entorno social de vertiginosos cambios. El psicólogo L. R. Goldberg, en quien Marina ha basado parte de su investigación, afirma que “aquellas diferencias individuales que son más significativas en las relaciones diarias de unas personas con otras serán condificadas en su lenguaje”, lo que de ser cierto garantiza que los sentimientos seguirán moldeando indefinidamente el habla porque nuevas sensaciones, o las mismas pero bajo una óptica novedosa o reinterpretada, irrumpirán en el terreno emocional y en las relaciones cotidianas, donde todo ello habrá de ser comunicado con la fidelidad o la distancia que en cada ocasión sean requeridas.

No obstante, otros autores discrepan, como es el caso de Ortony, Clore y Collins que no creen que el estudio de las palabras sirva para estudiar los sentimientos, porque “la estructura del léxico de las emociones no es isomórfica con la estructura de las emociones mismas”.  Greimas, por su parte, sostiene que el significado de los términos emocionales incluye “un plan  narrativo abreviado” y ello obligaría a conocer el antecedente, la intensidad, las manifestaciones y el desenlace de una palabra-sentimiento para poder comprenderla.

Veamos, a continuación, cómo se acomoda el lenguaje a un uso interesado o comercial mediante mecanismos retóricos, que obvian aquellos significados que no cuadran a determinados intereses, a la vez que refuerzan interpretaciones sesgadas e incluso imposturas semánticas, merced a las ambigüedades y piruetas que el lenguaje permite, por sus propias inconsistencias y por su connatural recurso a las imágenes -sumamente manipulables- como forma de abstraer de la realidad aquello que se desea convertir en mensaje y dotarlo de eficacia comunicativa.

En relación con el papel creciente del concepto de bienestar en las sociedades avanzadas, el profesor Díaz Rojo afirma que salud, belleza y juventud son los tres pilares sobre los que se construye el discurso publicitario destinado a promover el consumo de los sistemas y productos de salud, que supuestamente conducen a ese estado de plenitud psicofísica, fundiéndolos en una nueva forma de hedonismo que es equiparado a salud integral. El estilo de vida, de carácter individual y con una fuerte carga consumista, pasa a ocupar un primer plano frente a los modos externos de vida, regidos por factores del entorno social y por condicionantes biológicos, que determinan la calidad de vida de los individuos más allá de su actitud ante el mercado del bienestar. Se identifica intencionadamente salud con bienestar, haciendo distinciones claras según el mensaje se dirija a hombres o a mujeres, en refuerzo del rol social que interesa o rige en el contexto social concreto sobre el que se opera. De igual modo, los valores más anticapitalistas surgidos en torno al movimiento hippy de los años 60, como los viajes exóticos, las terapias alternativas, los alimentos naturales o las filosofías orientales, han sido asimilados por el sistema y se utilizan concienzudamente para arbitrar nuevas líneas de negocio bastante lucrativas.

La salud se ha convertido en un bien de consumo que ha desplazado a otras necesidades materiales más valoradas en décadas anteriores. Esta salud, perfectamente discriminativa en cuanto al sexo, se asocia con distintos parámetros de belleza, vigor, relajación, acción, sociabilidad, éxito y felicidad, para substanciar un nuevo mercado que se vale de equívocos léxicos, sabiamente traducidos en lemas y sometidos a la más avanzada mercadotecnia. Hasta tal punto es así, que se llega a considerar determinados estados naturales, no conformes a dichos patrones de perfección  -léase calvicie-, como alteraciones patológicas; del mismo modo que se trueca la semántica de términos como salud, sensualidad, bienestar, placer y felicidad, todo ello con el único objeto de hacer circular el numerario y crear una nueva mentalidad donde el concepto que de sí mismo adquiere el ser humano se convierte en un motor del modelo económico que propugna tales estereotipos.

La aureola de prestigio de determinados estados de bienestar se traslada a los productos y servicios que lo dispensan, igual que ocurre, en otro plano, con lo científicamente avanzado. Para emblematizar ello se recurre a códigos cromáticos que se asocian a las distintas categorías de significado (pureza, naturaleza, tradición, frescor, prestigio, pasión, etc.) y se explotan latinismos o términos científicos (endorfinas, antioxidantes, piridinoles, etc.) porque evocan bucolismos antiguos o porque sugieren precisión e infalibilidad sin poner al alcance del consumidor el significado estricto y los arcanos que encierran.

Surge así el concepto de wellnes como filosofía que propone al ser humano una situación óptima en lo biológico y social asentada sobre seis dimensiones: emocional, física, espiritual, social, intelectual y ocupacional  o vocacional. En este contexto, la belleza, el placer, el esparcimiento y la salud se han entreverado conceptualmente y todos estos factores pueden ser causa o efecto de los otros, según los servicios que se oferten en cada caso para alcanzar el supremo objetivo del bienestar como status. La juventud ha perdido el significado de etapa de la vida, para pasar a ser un estado permanente asociado a modos de vida y actividades que forman parte de la maquinaria económica basada en una oferta creciente de productos y en un consumo ávido de los mismos, que es como decir un consumo de los significados que vehiculan.

También en el ámbito de la medicina han irrumpido con fuerza las corrientes alternativas, espontáneamente surgidas entre grupos “antisistema”, pero sabiamente adoptadas e impulsadas por los grupos de presión relacionados con la gestión pública en EEUU (extendiéndose de ahí al resto de paises desarrollados), donde se ha intentado desacreditar los sistemas públicos de salud en favor de instituciones y agentes privados, que han adoptado entre otros los sistemas alternativos, antes virulentamente denostados y hoy elevados a la categoría de complementarios e incluso sustitutivos, pero siempre encaminados a proporcionar esa salud integral que los mecanismos forjadores de opinión previamente han abonado. La noción de salud, por tanto, está intensa y provechosamente poblada de juegos léxicos que condicionan  la percepción que del estado del propio cuerpo y de la mente los individuos en cada momento tienen.

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