Subculturas: el lenguaje de los estudiantes y el lenguaje de los soldados

Gonzalo Martín, 2008 - @Gadabarthes, 2013

El lenguaje gestual

Para Fernando Poyatos, la estructura básica de la comunicación humana está formada por tres constituyentes: el más evolucionado, el lenguaje es de carácter oral, pero los otros dos, el paralenguaje (componente vocal de un discurso una vez eliminado su contenido)  y la quinésica son elementos no verbales que contribuyen de manera decisiva en cualquier proceso comunicativo.

Con el paralenguaje se informa sobre el estado de ánimo o las intenciones de la persona que habla. No es importante qué se dice, sino cómo se dice. El verdadero significado de los mensajes está, no en el contenido, sino en la codificación que se haga de ellos.  

Quinésica es el significado expresivo, apelativo o comunicativo de los movimientos corporales y de los gestos aprendidos o somatogénicos, no orales, de percepción visual, auditiva o táctil, solos o en relación con la estructura lingüística y paralingüística y con la situación comunicativa (lenguaje corporal). Tal vez los gestos utilizados de forma consciente para transmitir una idea de confrontación sean los más claramente percibidos (agresión, burla, desafío o animadversión), pero algunos otros comportamientos gestuales son también frecuentes y de neta comprensión. Tal es el caso de los gestos imitativos que evocan acciones, medidas o tamaños, así como los que sirven para pedir orden. Otros gestos, en cambio, están cambiando junto con la evolución de los hábitos sociales, y no son tan eficazmente interpretados (estar a dos velas, pedir un cigarro, estar borracho, etc.). 

El lenguaje de los estudiantes

El modo de expresión de los alumnos da una idea bastante aproximativa de la forma en que viven y sienten su paso por las aulas, así como su vida fuera de ellas. Para entenderlos se puede recurrir a fuentes escritas (encuestas, publicaciones, graffitis, apuntes, etc.), orales (conversaciones, chistes, canciones, etc.) y audiovisuales (series, películas, reportajes, etc.). Los focos de interés de estos jóvenes en relación con la escuela o el instituto, son el profesorado, las clases, los exámenes y las notas, pero en todas estas situaciones siempre interferirán esas otras emociones y vivencias propias de la edad. El sentimiento amoroso y la pulsión sexual serán un elemento central de su existencia y coparán gran parte de sus inquietudes y experiencias. A este instinto amoroso que despierta se suma el instinto gregario, que comienza a ser esencial y constituye la verdadera motivación, en la mayoría de los casos, para asistir a los centros.

Se observa una gran influencia de la televisión en el comportamiento y en las formas de expresión de los jóvenes, siendo percibidos los padres y las obligaciones lectivas como factores coactivos, en tanto que los compañeros son la parte expansiva de su experiencia actual. El instituto es, pues, la cárcel y el aula la jaula, y los padres la fuerza que les obliga y reprende, pero ellos valoran más sus vivencias que su aprendizaje. Ser empollón (por más satisfacción que cause a los progenitores) es motivo de hostigamiento y retracción social, en tanto que la audacia o la belleza (masculina o femenina) son factores de éxito en ese contexto.

La figura del profesor es sentida como el gran tirano y la mejor forma que tienen de manifestarlo es mediante el mote, que suele ser despiadado con sus defectos físicos o con sus características psicológicas. La disciplina escolar se asume como una forma de opresión y el profesor es el verdugo o el negrero, aunque los alumnos afrontan esta subordinación volcando su ingenio en refranes y sentencias que valoran positivamente la propia actitud de rechazo, a la par que ridiculizan a los superiores y a quienes les rinden pleitesía.

Las clases suelen vivirse como tediosas transiciones, donde el talante del profesor resulta esencial para determinar la actitud de los alumnos en el aula. El profesor severo es temido y a la vez odiado y es señalado con motes represores, mientras que el profesor condescendiente es tomado por el pito del sereno y suele ser objeto de bromas y tampoco sale bien parado. Sólo aquellos profesores que saben combinar la participación con una cierta dosis de respeto son considerados legales, o guai y gozan de buena prensa entre el alumnado.

Las asignaturas se clasifican en marías y huesos y suele darse por supuesto que las ciencias requieren un estudio comprensivo e inteligente, en tanto que las letras son simple cuestión memorística. El absentismo es motivo de orgullo para quien lo practica, y las pellas no se ocultan salvo a las instancias represoras. En cambio a los compañeros se les relatan con jactancia y exageración de los placeres que deparan. Pero el verdadero punto negro de la vida estudiantil son los exámenes y las notas.

El estudio genera numerosos sinónimos que suelen hacer alusión a la posición o condiciones de estudio: sentado (chapar, empollar, incubar, calentar la silla), con los codos sobre la mesa (codear, desgastarse, pelarse, romperse los codos), esforzando la vista (quemar cejas), concentrado (quemar neuronas, calentarse los cascos) y de noche (chupar flexo). En cuanto a los resultados, aprobar cuenta con un solo sinónimo (pasar), mientras que suspender los tiene en abundancia, lo que da cuenta de la mayor importancia concedida a los efectos que se siguen del suspenso que al mérito de aprobar. Además el aprobado suele referirse como un logro propio (he aprobado) mientras que el suspenso suele ser un acto ajeno (me han cateado).

En resumen, la vida estudiantil genera un léxico rico y expresivo pero referido más bien a los aspectos negativos o sacrificados que caracterizan el periodo, que a la función de preparar para el futuro a una juventud sobreinformada que rechaza aquellos aspectos de la formación que no se adaptan al mundo tan condicionado por la tecnología en el que han nacido ni, por supuesto, a sus ritmos y condicionantes emotivos. 

El lenguaje de los soldados

El ya desaparecido servicio militar obligatorio daba lugar a la estancia prolongada de un grupo de jóvenes en los centros militares, donde vivían aislados y, en la mayoría de los casos, contra su propia voluntad. El léxico de carácter argótico que se ha ido desarrollando en este contexto es fiel exponente de sus inquietudes y vivencias. Se trata de un tecnolecto (el referido al conjunto de la actividad militar) con las peculiaridades del subgrupo de los soldados de reemplazo, cuya edad oscilaba entre los 18 y los 28 años, el cual es difuso en cuanto a la variable socio-económica y al nivel de instrucción. Esta subjerga tiene una identidad muy propia, de gran homogeneidad que, siendo desconocida por el reculta, es asimilada con rapidez. Constituye un elemento integrador y diferenciador de claras características diafásicas, en el cual los rasgos diatópicos y diastráticos están neutralizados, resultando una variedad compacta, eficaz, críptica e integradora.

Desde el punto de vista conceptual, el lenguaje de los soldados se distingue por manifestar dos ideas clave, la obsesión temporal y el odio a las obligaciones propias de la soldadesca. Desde el punto de vista formal se caracteriza por un cambio constante, con irrupción de nuevas voces y desaparición de otras. Se aprecia cierta diversidad espacial relacionada con el cuerpo de ejército al que se pertenece y con el lugar de destino. Las fuentes básicas de este lenguaje, eminentemente juvenil, se traducen en una configuración característica de los términos, como es la tendencia a los acortamientos de palabra y en una traslación al ámbito cuartelario de un léxico propio de la vida normal, aunque a veces se produce una relexificación. También se advierte una omnipresente actitud crítica y desmitificadora contra los valores militares y las jerarquías, así como la impronta en el vocabulario de la adopción de términos y expresiones tomadas del cine, de los videojuegos y de los referentes multimedia de la juventud actual.

Los fenómenos gráficos y fonéticos más significativos son algunos acrónimos como IMEC, CETME, así como la utilización de siglas opacas deletreadas o literaciones, P.S., P.M., P.N., etc. (se trata de siglas que están todavía en el estado en que se deletrean y no han llegado a pronunciarse como una unidad) y la hipercaracterización ortográfica (palabra ortografiada en español de forma no normativa para expresar un significado adicional), como paraka, mandaka, baska, okupa, o como furry, wisa, que incorporan influencias del inglés con un sentido prestigiador.

Entre los aspectos léxicos y semánticos de esta jerga cabe destacar la designación, que puede ser neutra (garita, batería, imaginaria, pernocta…) o disfemística (letrinas–tigres, corneta–turuta, primero–tirilla). También es importante el desarrollo de campos léxicos derivados de los centros de interés de la comunidad militar, que se traducen en la presencia de múltiples sinónimos cuyo sentido suele describirse por medio de símiles y metáforas relacionadas con otras experiencias. Los principales centros de atracción sinonímica de la vida cuartelera son las condiciones de vida nada atractivas, centradas en la disciplina, las actividades y el tiempo. La terminología se caracteriza por el carácter degradatorio y deshumanizador de sus imágines y por el tono peyorativo y sarcástico. Se produce también el fenómeno de la expansión y atracción sinonímica: si dos términos son sinónimos o están estrachamente asociados en su significado, un cambio de significado en uno de ellos generará un cambio análogo en otros.

En cuanto a los recursos expresivos, son muy abundantes los de transferencia semántica, entre los cuales destacan las metáforas (chopo, braga, galleta, bicho-padre-abuelo-bisabuelo), aunque también se dan algunas sinécdoques (calimero, que se basa en comparar el tenor “policía militar” con el vehículo, el personaje de dibujos animados, llevando el paralelismo a la similitud entre el casco blanco y el cascarón del pollito). Entre las metonimias, la más usada es la blanca, para referirse a la cartilla militar que significa vuelta a la vida civil. Finalmente son frecuentes otro tipo de tropos como la ironía (peluso), la hipérbole (“te queda más mili que…”) y la paronimia (zapador-capador, alférez-alfredo…). Otros recursos expresivos característicos entre los soldados son los cambios de código debidos, unos, a la influencia de otras jergas (la de los militares profesionales, sociolectos marginales y juveniles, procedentes del submundo de la delincuencia y, fundamentalmente, el “lenguaje juvenil”), y otros,  menos frecuentes, a la influencia de otras lenguas históricas (voces del inglés principalmente).

La fraseología soldadesca incorpora locuciones adjetivales (de bonito) y, en mucho mayor medida, locuciones verbales (chupar guardias, comerse el marrón, meter parte…). En este terreno, los más interesante son las unidades fraseológicas que equivalen a un enunciado, equivalentes a lo que Zuloaga denomina fórmulas de fijación pragmática, que corresponden a enunciados fraseológicos cuyo empleo está fijado a determinadas situaciones de la vida social: dos piedras (“machácatela con dos piedras”), poka (“me queda poca mili”), civil (“soy civil”, es decir reincorporado a la vida civil, para ser expresado frente a quienes se quedan en el cuartel).

También tiene sus características morfológicas la jerga de la mili. La abreviación a dos sílabas, por apócope, de determinadas palabras es de lo más característico (brigui, furri, chusqui, capi…), así como los acortamientos trisilábicos (volunta, legía, paraca, comaka…). Los sufijos de connotaciones expresivas son también muy usuales, unos afectivos, otros aportan un matiz iterativo, otros despectivos, también con valor de acción o de colectividad e incluso para expresar una cierta categoría: tirilla, garitero, marronazo, putada, abuelía, bisagral…

Finalmente debemos tener en consideración las fórmulas utilizadas para expresar la jerarquía en el tratamiento (a la orden, mi + (rango), utilización del pueblo de procedencia para referirse a una persona, etc…).  En relación con esto voy a contar una anécdota de mi propia experiencia en la mili: Llevaba yo algún tiempo en el cuartel (era ya padre) y no había querido adquirir ningún rango, negándome a hacer el curso de cabos, lo que inspiró una clara animadversión hacia mi entre los mandos. Un día me crucé con un compañero que había ingresado conmigo y que acababa de ascender a cabo. A modo de broma lo saludé diciéndole “a tus órdenes, mi Gálvez”. Esto, que mi compañero entendió e incluso le hizo gracia, fue oído por un teniente que ya me tenía fichado y lo interpretó como una “falta de respeto a un superior”. Esta simple broma, este juego con el sistema de tratamientos, me costó dos días de preve.

La duración y el carácter obligatorio del servicio militar actúa, pues, inspirando cierta creatividad, en la cual juega un papel fundamental el humor corrosivo que actúa como una fuerza catártica, y ello da como resultado una jerga perfectamente adaptada a las circunstancias, con caracteres bien definidos y rápida y eficazmente asumida como medio de expresión. Los juegos verbales representan ahí un papel importante para completar el cúmulo de expresiones y términos que configuran un habla que, una vez desaparecido el servicio militar obligatorio será, tal vez, parcialmente asumida por la nueva tropa profesional. Tendrá que pasar algún tiempo para que puedan extraerse conclusiones sobre su evolución o sustitución definitiva.

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