Cosa Ser


     Trabado a los alcances y concreciones del gregarismo, porque era de esperar una mejora de las, a la sazón, parcas oportunidades de subsistencia; es cierto, no obstante, que el ser humano erige su prodigioso fuste de albedríos sobre un tiesto de solitud, que no es susceptible de evitación, ni es de lamentar.

     Cosa más, ese oficioso mandamiento natural, de acrisolar y diversificar la rancia herencia de diminutos mecanismos de individuación, originó un cisma de inaprensibles efectos, en el seno de la identidad de las especies que, en el caso de la que henos aquí desempeñando, sirvió para desarticular vastos derroteros de lenguaje y, andado un tiempo, poner de manifiesto el desmañado hilván del que la civilización viene habiendo confecciónamiento. Valió, eso sí, para instruir un subyugante conducto, de trayecto laberíntico e indecible cabo, por donde vehicular otra guisa de interjecciones e iniciar -todo ello da el placer- un nuevo rango de desmedimientos, a cuento de la insolente desproporción entre universo y persona, a la hora de encajar la ración de caos, dispensada -tal parece- atendiendo a un tenor inverso a la envergadura del aceptor.

     Cosa más, siendo el sexo juntamente paraje de solaz y motivo de disquisición, quiso la cerrilidad que fuese apañado para liza donde justar afectos y desajustar emociones, y de este modo se atrajo y afincóse la razón de poder entre seres de extrema semejanza, aunque torneados según diferente estatuaria, que acarrearía, amén de interminable farfolla, el más descabellado espejismo en torno a la capacidad de expresión y relación que el hombre haya jamás experimentado. Y tal es la influencia del sentir colectivo sobre la naturaleza de las cosas que, aquel concepto así asacado, cobró al fin consistencia y verosimilitud, y hoy no cabe desmentir la realidad del amor, ni es de lamentar que así sea, y el hombre no es desde ahí capaz de asumirse solo, ni llegará a descartar alguna estirpe de diálogo trascendental. Y esto cabe ser hermoso, aunque haya relegado a espejismo, ahora, el que pueda haberse un amor en sentido animal, animado de un sentimiento eminentemente mineral.

Publicado el año 1990 en el periódico granadino El Semanero, hoy desaparecido, bajo el seudónimo de Alarico Varapalo, hoy @Gadabarthes