Cántico Expiritual


     No sin son, sino así son, sin sino.

     Se agitan confusos en el laberinto de entelequias que febrilmente en derredor acrecen.

     El penetrante diapasón del nife templa con férrea constancia tan barrocos órganos que lo gravitan. La súpera celesta rige diáfana la indócil armonía de los elementos y sostiene un ritmo entrañable de luz y sombras, quietud y frenesí, mientras un trémolo vehemente de tripas prietas e icásticos gañiles arranca a la materia de sus inercias consubstanciales y la emotiva, y el hálito sinuoso de las maderas instila en los sentidos una aguda excitación insojuzgable. Oportunamente, los cuernos fruentes de la abundancia anegan los ánimos así roturados, de exultantes motivos tróficos y elaciones cinegéticas.

     El capricho sinfónico de la naturaleza, por toda la creación reverbera, dechado de virtuosismo amativo, pero el gran divo de la magna ópera, desimpostado, persiste en desafinar.

     Mientras la ínfima cutícula que nos preserva de aquella facción deletérea de las efusiones solares, se deslavaza por los polos y por el ecuador se enrarece; mienras espesa la inmensa carpa de humo que a este circo de vanidades en invernadero de ambiciones transforma; mientras de asfalto se cubren las avenidas océanas para que por ellas ruede la insensatez sin fronteras; mientras alvéolo tras alvéolo es resecada la jungla de respiraciones que a esta tísica madre tierra vivifica; mientras en la azarosa cohesión de la materia se incuba la demolición de la enclenque arquitectura de la vida; mientras la varia cicuta aniquila la última razón viva del planeta; el único ser al que fue dado otear antes y después de sí propio, no alcanza a oír la voz -desde dentro y fuera proferida- que a medir las palabras le insta y a sopesar sus acciones le conmina, abstraído como se halla en una tosca contradanza donde una hipócrita objeción se deja cortejar por el agonioso determinismo productivo, y así esta triste humanidad acertará, a la postre, a ser engullida por esa inminente alcantarilla sin retorno de la informidad, que con tal ligereza ella misma destapó a fuer de devanarse la mollera.

     Como cada vez, arramblando voluntades, rebatiendo aplomos, la primavera magistralmente interpreta, dirigiendo al consumado elenco de especies que la afanosa evolución ha venido concertando con los tiempos, la abigarrada eclosión de albricias, primicias y ecos que ningún manido artífice hubo compuesto en hora buena. Luego, la canícula dora las pasiones espigadas y sofoca cuantas voces se enardecen con tan fructífero canto. Da curso el otoño a improvisas ventoleras que se gestaron en la subordinación del ripieno orquestal. Hasta que la paz de un aire frígido entumece, a la caída del invierno, tantas veleidades cuantas se inflamado hubieren en exceso, y restringe los días para inculcar a las cadencias finales, un vibrante deseo de reverdecer.


Publicado el año 1990 en el periódico granadino El Semanero, hoy desaparecido, bajo el seudónimo de Alarico Varapalo, hoy @Gadabarthes